Islandia, explosión de vida
Todavía hay nieve en los picos de las cordilleras islandesas. También en los pasos de montaña como en el deDyrfjöll que acabamos de recorrer, ya de regreso de Borgarfjördur Eystri, ese peñón agujereado por las madrigueras de los frailecillos.
Allí la escandalera de las
gaviotas tridáctilas contrasta con el relativo silencio de los simpáticos puffins.
Ellos a lo suyo, flotando en el mar o cuidando sus nidos cueva ajenos a la
algarabía que nos ensordece nada más llegar. También vemos, o mejor, oímos, a
los charranes y zarapitos, mientras los patos reales se enseñorean en las pozas
que salpican la isla y los cisnes son puntos blancos en los inmensos humedales
que recorremos.
De camino, cientos de ovejas
cuidan a sus corderos, generalmente dos, en las campiñas islandesas y los
robustos caballos vikingos, bajitos y fuertes, no pierden ojo de sus potrillos
que saltan y se revuelcan felices. Una estampa que se repite allá donde vamos
en este recorrido intenso por la tierra del fuego y el hielo.
Hemos pasado por la playa deYtriTunga, en la península de Snæfellsnes, maravillados por la cantidad de focas que, indolentes, calientan sus cuerpos al sol, sin dejar de vigilar a sus crías.
Los insectos también parecen
haberse multiplicado hasta el infinito. En las orillas del lago Mývatn las
moscas nos rodean, literalmente. Un grupo de japoneses llega al hotel y nada
más bajarse de la furgoneta, parecen bailar al más frenético ritmo del
hardcore. Es su forma de espantar a esta legión de insectos que intuyo se
refugian donde no llegan las aves que se las comen y esto es, cerca de los
humanos. Nada insoportable, pero curioso y a la vez, molesto, para qué
engañarnos. Pero se soluciona en el supermercado de Reykjahlíð, a orillas del
lago, allí venden como si fueran tomates, unas redecillas al estilo apicultor
que evitarán que te tragues algunas moscas.
Y hablando de insectos, es cierto
que en Islandia no hay mosquitos, sin embargo, cerca de Mývatn podemos
confundirlos con las pequeñas moscas negras, también conocidas como mosquitos
de los pantanos (midges en inglés). Esto se debe, una vez más, al
cambiante clima islandés, una combinación de frío y los vientos constantes que
dificultan que estos insectos establezcan un hábitat adecuado. Además, el clima
cambia tan rápidamente que los mosquitos no tienen tiempo suficiente para
completar su ciclo de vida. Las condiciones no permiten que la pupa madure
cuando las temperaturas bajan y se forma hielo en los estanques, y esto puede
suceder en cualquier momento.
Es la explosión de vida que trae
el inminente verano islandés, con la luz derramándose a todas horas del día y
de la noche. Y es que, en esta tierra, el sol lo cambia todo, la vida vuelve
repentina, mágica, espectacular, después del frío y tempestuoso invierno.
Los campos se despojan de sus últimos trozos de hielo y lucen un verde intenso, el que nos habla de que aquí el agua no falta, que la tierra volcánica es un sostén increíble de vida y bullicio y que la fauna parece volver a la vida con renovados ánimos, desperezándose frente al sol.
Gran parte de las inmensas
cascadas islandesas cobran renovados ánimos con el deshielo y rugen, por
pequeñas que sean, camino del mar, del río o de cualquier lago, nos lo dice su
caudal ruidoso y amenazador ante la sorpresa de nuestros viajeros.
Son las 4 de la mañana. La luz se cuela entre las cortinas de mi cabaña. Otro día más camino del verano en Islandia. En breve salimos de nuevo, si te animas descárgate la información desde este enlace. Y este vídeo de un viaje anterior
JUAN RAMÓN PÉREZ
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