Islas Feroe: la belleza del viento, entre verde y basalto
En un rincón del Atlántico Norte, equidistantes entre Escocia, Islandia y Noruega, se alzan las Islas Feroe, un archipiélago que parece cincelado por las manos del mar y del tiempo. Treinta y tres islas, dieciocho habitadas, donde los acantilados se precipitan al agua y los cielos cambian de ánimo con la misma frecuencia que la brisa sopla entre los tejados de turba. Las Feroe no se contemplan: se sienten. Sus montañas, como plegarias verticales, invitan al recogimiento. La tierra es de un verde profundo, casi melancólico, cubierto por musgo, pasto y alguna oveja curiosa que parece filosofar junto a los abismos. Las cascadas caen como si el cielo llorase de emoción, y el océano — omnipresente — ruge como un dios antiguo que aún exige respeto. Desde la cima de Slættaratindur, el pico más alto, se puede abrazar con la vista la escala de la belleza feroesa: fiordos que serpentean, aldeas que parecen sueños en miniatura, y un silencio que no es ausencia de sonido, sino pres...