Tanzania: los elefantes del pantano de Silale
No conozco mayor expresión de felicidad en la naturaleza que la de los elefantes disfrutando de un baño en familia
Hay ventanas por las que te puedes asomar a mundos perdidos. Se abren de forma muy breve e inesperada. He tenido esa sensación unas pocas veces en mi vida y, frecuentemente, los elefantes han sido la llave. Me ocurrió en la cueva del Pindal, donde los gravetienses, una cultura europea especialmente ligada a los proboscídeos, pinto al maravilloso “Mamut enamorado”.
También he podido vislumbrar una
realidad desaparecida, al borde del vasto pantano de Silale, en Tarangire. Caminando
parsimoniosamente en fila india por la frontera entre el vasto humedal y la
sabana arbolada, pudimos observar una manada de sesenta elefantes. Algunos de
ellos, bien en grupo o bien en solitario, se internaban en el pantano para
disfrutar de un baño, como sólo saben hacer los elefantes. No conozco mayor
expresión de felicidad en la naturaleza que la de los elefantes disfrutando de
un baño en familia: se rocían agua con las trompas, se revuelcan juntos y los
bebés la lían. Incluso, en petit comité,
me atrevería a decir que los elefantitos sonríen como niños en una piscina de
bolas.
El lugar es un verdadero paraíso prehistórico.
La hierba fresca y suculenta del pantano atrae a los grandes herbívoros y, en
consecuencia, a los depredadores. En los árboles del entorno, encama el
leopardo y, entre la hierba cazan impresionantes pitones africanas. También,
los leones rondan el aguazal, completando la imagen del África prístina,
virtualmente desaparecida.
El tren de elefantes pasó lentamente ante nuestros admirados ojos. Es la concentración de estos gigantes más grande que he contemplado nunca, rara hoy, pero frecuente en los tiempos previos a la llegada de la fiebre del oro blanco. Un reflejo de una era, antes de que la vida y la muerte perdieran su inocencia.

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