QUERCUS. Las dos caras de la conservación.

 

En la carpa que albergaba las conferencias del primer Delta Birding, Rafael Serra, director de QUERCUS, acababa de deleitarnos con una charla magistral en la que narraba la historia de la revista. En el momento de los ruegos y preguntas, un hombre se levantó de entre el público identificándose como el director del parque nacional de Doñana. Dijo que todos los presentes sabíamos la necesidad de las revistas científicas para las publicaciones de los investigadores profesionales, pero que se sentía en condiciones de afirmar que ninguna otra revista divulgativa proporcionaba en España el prestigio de publicar en la revista QUERCUS. Aquella intervención nos dejó a todos reflexionando en silencio unos instantes. Aunque Rafael, desde el conocimiento directo, ya había puesto en perspectiva histórica lo que significó esta publicación para los que amamos y defendemos la naturaleza, supongo que la intervención del responsable del espacio natural español más emblemático la situó donde realmente le corresponde.

En ese momento, yo acababa de publicar mi primer artículo en la revista y estaba escribiendo el segundo y salí de la carpa con la sensación de formar parte de algo hermoso y necesario reforzada.

Este segundo texto, que hablaba de rastreo y ecoturismo con los grandes carnívoros transilvanos como protagonistas, ya entraba dentro del ámbito de mi trabajo en EcowildlifeTravel. Y es que la inmensa mayoría de la decena y media de artículos que he ido publicando para esta revista a lo largo de una década de colaboración han sido inspirados por mis viajes con esta agencia. En estos recorridos por diferentes espacios naturales del mundo he ido visitando algunos de los territorios soñados y he podido ir descubriendo las dos caras de la conservación como sólo se pueden ver “in situ”.

En los textos que he ido escribiendo para esta veterana revista han ido apareciendo algunas de mis especies fetiche. Nutrias, lobos, linces, osos, tejones, tigres, jabalíes, pero también águilas perdiceras o cornejas. Y, desde el principio, aunque aparentemente en el “background”, los humanos. 

Así, mis artículos en QUERCUS han ido progresivamente tratando cada vez más el tema de la imagen que tenemos de la naturaleza desde nuestras casas y de la realidad de la conservación en los propios lugares donde ocurre. Como soy a la vez una persona activa en las redes sociales, pues no me gustaría pasar de largo por mi tiempo, soy cada vez más consciente de que, a través de Internet, las personas occidentales que vivimos alejadas de los espacios naturales donde se dirime la lucha por la conservación de la naturaleza podemos tener una percepción desviada de los verdaderos problemas de conservación de muchas especies.

Si preguntamos a un ciudadano europeo medianamente concienciado sobre los problemas para conservar a los elefantes, seguramente dará una respuesta muy distinta de la de un pastor samburu al que los proboscídeos destrozan los pozos cavados a mano casi a diario, con los que luchan contra la sequía endémica. El problema de todo esto es que los fondos que deberían apoyar proyectos de ayuda para conservación enÁfrica provienen mayoritariamente de la UE y pueden ir destinados a causas que tengan poca o ninguna incidencia en los verdaderos problemas.

Unos pescadores trabajan encaramados al tocón de un árbol ahogado a pocos metros de una familia de hipopótamos.

Incluso si viajamos por los parajes naturales que atesoran toda esa biodiversidad en peligro, es posible que las maravillas que observamos nos impidan ver la realidad velada tras ellas. Creo que África es uno de los mejores ejemplos en este sentido. Detrás de la impactante belleza de los paisajes prístinos en los que nada parece haber cambiado en milenios, hay un mundo globalizado y mucho más afectado de lo que aparenta por un cambio climático que se precipita y amenaza con llevarse por delante a muchas especies, entre la que puede estar la nuestra.

Este es el tema de fondo de mi último artículo publicado en QUERCUS, titulado VIVIR (Y MORIR) ENTRE HIPOPOTAMOS. Cuando viajas allí, te das cuenta de que las circunstancias cambian radicalmente de un año para otro, afectando seriamente a la vida de los humanos, normalmente muy pobres, y a la fauna salvaje con la que coexisten. Lo que es más difícil de entender es cómo nuestras acciones cotidianas más aparentemente inocuas tienen una influencia decisiva en la conservación. Sorprende que comprar una rosa de Sant Jordi para nuestra enamorada tenga algo que ver en la escalada del conflicto entre humanos e hipopótamos en el lejano lago Naivasha, en el que sufren humanos y animales.

En Abril volvemos a salir a Kenia en busca de encuentros increibles con la fauna africana, si queréis información os la dejo en este enlace.

Vídeo de hipopótamos en los jardines de Naivasha


Comentarios

Entradas populares