Washington, la perla americana


Una caravana de monstruosos todoterrenos negros colapsan la calle mientras las sirenas rugen en una cadencia de sonidos insoportable.  A escasos 50 metros del hotel, multitud de terrazas y chiringuitos se asoman a las aceras cerca de Dupont Circle: tacos, tapas, burguers, pizzas, tofu… los manjares de la comida rápida para todos los paladares están disponibles y en unas raciones que a nosotros se nos antojan descomunales. Me pido un wrapp de pollo y me dura para la cena.

Un poco más abajo, en Georgetown, me sorprenden los parques frondosos, las calles tranquilas y las casas terreras en ladrillos rojos. Más adelante, pasando Rock Creek, la ciudad cambia. De rascacielos, hoteles y avenidas inacabables, pasamos a un pueblo grande, un pueblo acostado en dos alturas, tres a lo sumo. La gente se saluda por la calle, los vecinos de toda la vida se solazan en las terrazas mientras esperan su taza de café, esa mezcla de agua marrón e insulsa que toman con deleite. La charla es animada. El ambiente también.



Bien es verdad que no he visto muchas ciudades americanas. Chicago, South Bend, Washington y poco, muy poco más. Pero esta ciudad es diferente, digamos que me parece la más europea de todas. El ritmo es diferente, algo más tranquilo, menos bullicioso y hasta más amable. Las instituciones, las embajadas, los edificios públicos están engalanados con banderas LGTBI+.

Un sinfín de prados verdes y cuidados me salen al paso, tachonados de pequeñas tumbas blancas, es Arlington, el testimonio doloroso de la multitud de guerras que este pueblo ha librado. Un soldado se mueve de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, custodiando la tumba del soldado desconocido. El silencio respetuoso de los visitantes contrasta con los taconazos que el militar da en cada giro. Un lugar sobrecogedor. Impresionante y triste.

Estoy en la ribera del majestuoso río Potomac, en una ciudad conocida por su arquitectura impresionante y las calles llenas de historia, el corazón de la nación es uno de esos lugares donde el pasado y el presente se entrelazan de una manera fascinante. Desde el Monumento a Lincoln hasta el Memorial de la Segunda Guerra Mundial y el Monumento a Washington en sí, todos estos tienen décadas y siglos de recuerdos y deseos detrás de ellos. Vagando por el Capitolio, escuchando las explicaciones monocordes de una guía más o menos entusiasta, sientes como si estuvieras haciendo un viaje en el tiempo, mientras que los sueños de libertad y justicia, de los que tanto hacen gala los americanos aunque después la realidad sea distinta, se manifiestan ante nuestros ojos en mármol y granito.
El mestizaje en barrios como Georgetown, Foggy Bottom y Adams Morgan gritan la mezcla de culturas y estilo de vida que aquí se encuentra. En las calles, uno puede respirar pasión por la búsqueda de respuestas, históricas y científicas, pero también de tolerancia y entendimiento y la Biblioteca del Congreso y los Smithsonian Museums, dos de los faros de sabiduría en el mundo, son lugares dignos de ralentizar tu paso y disfrutar.

Y al atardecer, cuando el sol se pone en el Tidal Basin, dorando los árboles, los turistas y la gente local no pueden dejar de admirar este espectáculo que nos recuerda que esta ciudad es un abrazo eterno entre la belleza y la historia.

Esto es Washington D. C., una ciudad inmensa que simplemente respira memoria, y que mira siempre hacia adelante, incluso cuando recuerda su pasado.

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