África: Leones en la encrucijada
Esta historia sucede cada día en las planicies de África en nuestros safaris de naturaleza.
Dos leonas se reúnen con la manada que se aprieta contra uno de esos arbustos isla, esculpidos por el ramoneo de las jirafas. Sientes algo profundamente conmovedor cuando los leones que se reencuentran se saludan con un cabezazo suave, lleno de todo el afecto que pueden expresar los depredadores supremos de la sabana.
Me pregunto cuál es la relación
entre la leona que pasa por encima del macho tumbado que la saluda con tanto
cariño.
Las manadas de esta especie
social se componen normalmente de dos grupos: Uno de machos adultos con
parentesco entre sí y otro de hembras, también con lazos de sangre entre ellas,
pero no con el grupo de machos. Además de los adultos, en la manada puede haber
cachorros hijos de ellos, fruto del apareamiento de los machos dominantes con
las hembras. ¿Entonces, quien es ese macho de tamaño considerable que recibe a
la leona con ese apego juguetón?
El individuo levanta la cabeza y me mira. La sangre se te hiela en las venas cuando haces contacto visual con un león. Sacudiéndome de la impresión de esa mirada penetrante, intento averiguar su edad. La práctica ausencia de pigmentación en su nariz rosácea y la incipiente melenilla infantil me indica que es un crío y, aunque las cicatrices en su rostro duro muestran que ya es digno de pertenecer a una estirpe de guerreros, el león de la mirada dura es tan sólo un cachorro de poco más de un año. Con esta edad, los machos pueden o no ayudar a las leonas a defender la manada de amenazas externas y, está claro, que el chaval ya ha recibido su bautismo de fuego. La infancia despreocupada ha quedado atrás, aunque parece que no del todo para la hembra recién llegada. Ahora entiendo el cariño con el que ha recibido a la leona, pues fuertes lazos los unen aún. Puede ser su tía, su abuela, pues las leonas cuidan de la prole de forma solidaria, incluso amamantando a toda la guardería de lactantes de la manada, o, probablemente, es su madre.
La atmósfera no se destensa. El
león de la mirada de bronce se alza y se dirige directamente hacia mí. De
repente, la coraza que te proporciona el coche de safari se desvanece a tu
alrededor y las noches de tres millones de años se agolpan en tu mente. Pasa
tan pegado a la ventanilla que podría acariciarle el lomo. Escoge la sombra del
vehículo en lugar de la del arbolillo sombrajo que acogía a la manada. Se echa
a la sombra de nuestro coche, apoyado en la rueda de atrás, mientras le hago
fotos a través del retrovisor. Está tan cerca que la cola sale en un extremo
del cuadro, pero no se refleja en el espejo. Se echa relajadamente todo el rato
que quiere, mientras nosotros contenemos la respiración dentro de nuestra ya no
tan inviolable fortaleza rodada.
Mientras le hago fotos con el móvil desde mi ventanilla de acompañante, pienso en que nuestras relaciones milenarias con los leones están en un punto diferente, complejo y delicado.
Durante el rato en el que nuestro
león está amparado por la sombra del coche, las preguntas se agolpan. Me
pregunto cómo afecta la presencia de los coches llenos de turistas a la vida de
estos animales. Está muy claro que los leones viven desde su nacimiento
absolutamente habituados a la presencia más o menos constante de los vehículos
y que son considerados un elemento más de su hábitat. En este caso, para el
descaro infantil de este macho la mole metálica, en cuyo interior un
naturalista se hace consideraciones muy serias y profundas, es poca más que una
sombrilla efímera.
Nuestra historia conjunta empezó
aquí, en estas mismas sabanas de África oriental. Los leones y los humanos
somos hijos de la sabana. Su mirada penetra directamente en nuestro interior
porque siempre han vivido ahí. Allí donde los primeros humanos han hollado
nuevas tierras se encontraron con los leones, de las cavernas, americanos e
incluso la especie aún existente. Se han incorporado a nuestra sique y forman
parte de infinidad de culturas, prehistóricas, antiguas y actuales. Sin
embargo. no puedo evitar pensar en que, humanos y leones nos encontramos en el
cruce de caminos más extraño de nuestra historia evolutiva conjunta.
Mientras tanto, el león se
incorpora de nuevo y vuelve a pasar junto a mí. Se mete de cabeza en un hueco
de su arbusto y vuelve a la cara más salvaje del espejo. Se da la vuelta y se
espatarra panza arriba, como queriéndonos mostrar con más énfasis si cabe, lo
mucho que le importa esa encrucijada evolutiva.
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