KATMANDÚ, EL CAOS EN EL PAIS DE BUDA (I)
Volamos desde Bután hacia Nepal y a lo lejos ya se adivinan los Himalayas, las montañas más altas del mundo en el país probablemente más caótico del mundo. Volamos para conocer el país que fue la utopía de los hippies en los años 70 y que se auto-suicidó en el 2002, con el magnicidio más grande de la edad moderna. Nueve miembros de la familia real muertos y el régimen medieval que presidía el país fuera de juego, dejando el gobierno en manos de más de 46 partidos políticos que solo ha traído caos y corrupción a un país ya de si empobrecido.
Desde la bajada de la aeronave, uno se da cuenta que el primer problema que nos encontraremos es saltar la gran burocracia que impera en el país. La terminal se cae a trozos, no hay cinta que nos traiga las maletas, solo funciona a medias debido a los continuos cortes de luz, el cartel de la aerolínea esta escrito a boli sobre una hoja sucia, pero aún así, los legisladores se empeñan en pedir grandes informaciones para los trámites de inmigración y hasta una fotografía…, que no pueden archivar ya que apenas tienen ordenadores. Y la mayor parte de los funcionarios ni las piden. El visado electrónico, no funciona y al que le funciona, de igual forma debe pagarlo en cash en una ventanilla, las colas se hacen interminables. Bienvenidos a Nepal.
Vídeo de nuestra entrada en Katmandhú.
Cuando salimos a la calle, una miríada de gente nos observa. Son los nepalíes. Unos que vienen a buscar pasaje, cientos de taxistas en trastos viejos que buscan un cliente que les de de comer en el día, decenas de maleteros que buscan ayudar a llevar las maletas por una propina, policías con varas que los ahuyentan y un ruido ensordecedor que hace que nuestra soñolencia de varios días se despeje inmediatamente. Hemos llegado a Katmandú, el reino de los cielos donde vive Buda compartiendo con Shiva y Hanumman, entre otros.
En esta mañana soleada Durban Square nos espera, tras haber recorrido Thamel la marea humana que dignifica este centro urbano, cae una lluvia pesada que se posa sobre lo templos hindúes, confiriendo al ambiente un halo místico y misterioso, los mochileros aún deambulan por las calles buscando hogar y en el interior del museo, tres familias consagran sus hijas en la primera boda del budismo, la que hacen con una fruta.
Las familias pertenecen a la comunidad étnica newari nepalí, cuyas féminas se casan en tres ocasiones: una antes de los siete años, otra antes de los 13 años o de la pubertad y la tercera vez con un marido humano, de acuerdo con Shakya. Las niñas de Nepal se han casado con una fruta en un ritual destinado a protegerlas y asegurarse de que no se conviertan en viudas, para evitar el estigma que sufren en este país si sus futuros maridos mueren antes que ellas. "Pero si se casan con una fruta 'bael' (especie de manzana del sur de Asia) continúan casadas y no se pueden convertir en viudas", nos dice nuestro compañero Rajir, mientras vemos a un sacerdote budista que lleva a cabo la ceremonia que dura dos días.
En la tradición hindú y budista, las viudas sufren una gran discriminación, con un bajo estatus en su comunidad: en el hinduismo muchas veces son expulsadas de sus familias y obligadas a mendigar. Además, no pueden volver a casarse. Los fotógrafos nos afanamos en dar el último giro a nuestro objetivo para captar toda la luz del instante. En la tarde Durban Square quiere agradar a su mundo.
El Palacio Real se apaga lentamente protegido por los soldados, los mismos que dicen mataron a la última dinastía de reyes que reino Nepal. La Kumani, la diosa viviente que veneran los hindúes, cierra la puerta de su pequeño palacio. Hoy no la vimos sonreír. Esta pequeña diosa de tan solo catorce años, es elegida de entre miles para que su pueblo pueda verla un instante al día. Triste, sola, la niña diosa, nos dijo adiós con los ojos tristes.
Los últimos hippies, reflejo de algo que ya no existe, se encaraman al templo más antiguo de Katmandú, como hicieran sus padres hace ya treinta años, pero hoy ya no puede fumar marihuana ni hacer el amor libre sobre las escaleras. Hoy se conforman como contar las historias que les contaran sus padres. Y siguen siendo felices recorriendo las tortuosas calles de la ciudad-caos. Los falsos sadus, nos purifican por unas rupias y algunos monos se alejan entre banderolas de oración.
En la noche, sin apenas luz, el milagro que obra la vida, sale la luna se hace dueña de Durban Square, la ilumina y Katmandú que es un infierno de ruidos y olores, se transforma lentamente en una plañidera, mientras nosotros, buscamos un restaurante con música local donde pasar una buena noche.
En la noche, sin apenas luz, el milagro que obra la vida, sale la luna se hace dueña de Durban Square, la ilumina y Katmandú que es un infierno de ruidos y olores, se transforma lentamente en una plañidera, mientras nosotros, buscamos un restaurante con música local donde pasar una buena noche.
Tenéis todas las imágenes en este enlace y si queréis acompañarnos tenéis el programa en este otro enlace.
Sorprendentemente, una ciudad y una gente entre los medieval y la globalización, con sus costumbres y ritos de antes y un intento de modernización. Callejuelas estrechas y recovecos por doquier. Una ciudad fascinante.
ResponderEliminarverdad la verdad amigo que es una ciudad dual que te atrapa y que te rechaza a partes iguales, caminar despacio por sus calles o tomar una cerveza mirando el paisanaje en sus plazas, merece la pena una vez en la vida, gracias por acompañarnos!!!!!
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