Los senderos del aire de los impalas.

 

El ocupado guardián del harem muestra su corona vegetal. En la hembra, que orina en segundo plano, se pueden observar los mechones negros de los menudillos.

Todo ocurre entre dos lunas llenas. No puede haber un período más poético para el amor. Pero la lírica del periodo reproductor de los impalas está en la actividad hormonal que empuja a un macho a abandonar su relajado grupo de solteros y hacerse con un harem de invisibles barrotes químicos. En nuestros viajes a Kenia y Tanzania, observamos, en el fresco bosque de acacias amarillas. el macho dedica sin descanso su tiempo a los trabajos propios de su condición de propietario y, a la vez, guardián del serrallo.

Impregna de forma maniática su parcela nupcial con sus mensajes olorosos y, restregando las glándulas que posee en la frente contra los arbustos, ha adquirido una involuntaria corona “gramínea”, como aquella que los ejércitos romanos otorgaban a sus grandes generales.

La actividad  hormonal en el serrallo es testada constantemente a través de los olores.

Observo siempre con mucha atención estos comportamientos, porque, seguramente ninguno me fascina más que la comunicación química en los animales. Esa atracción viene dada, sin duda, por lo enigmático que supone el mensaje que contienen las sustancias hormonales con las que los mamíferos se comunican, incluso entre diferentes especies. Los humanos, al menos conscientemente, perdimos por la senda evolutiva la capacidad para recibir esa información por la vía del olfato.

Así que, nosotros los primates visuales y auditivos y, sobre todo curiosos, investigamos para intentar traducir a química la alquimia de este lenguaje encriptado. Y, a veces, este esfuerzo da pequeños pero fascinantes resultados: precisamente los impalas poseen un mechón de pelo negro en los menudillos que rodea unas glándulas que segregan una de estas sustancias liberando feromonas, cuya utilidad se desconocía hasta ahora. Al parecer, las feromonas están implicadas en la comunicación intraespecífica, mientras que otras sustancias como los aleloquímicos tendrían un papel en la comunicación interespecífica o con otras especies.

Fuera del celo, los impalas se organizan socialmente en grupos de machos solteros y de hembras con crías.

En este caso, las investigaciones que se han llevado a cabo han concluido que esta sustancia se libera cuando los impalas huyen ante el ataque de un depredador. Esto produce un estallido de movimiento en el rebaño, con los individuos saltando, pataleando vigorosamente en el aire y huyendo en todas las direcciones. Pasado el peligro, el rebaño disperso se reúne con aparente facilidad y parece que aquí es cuando las glándulas de las extremidades de los impalas juegan su papel. Las feromonas liberadas por el pataleo crearían un rastro aéreo que permitiría al rebaño reunirse tras una de estas crisis, contribuyendo así la cohesión social.

El pataleo que esparce un rastro químico es muy habitual en los impalas jóvenes. Como vemos en la foto, el mechón oscuro, dividido en dos, está ya perfectamente presente en estos recentales.

Este comportamiento tan interesante es exclusivo de estos antílopes africanos tan característicos de las sabanas y estepas africanas y, su observación permite ir desvelando poco a poco alguno de los misterios de la comunicación química de las especies.

Próximamente dirijo una expedición a Kenia donde podremos observar estos comportamientos, si queréis tener más información os la dejo en este enlace.

Texto y fotos José Carlos de la Fuente


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