Tigre: La vida privada de un man-eater


Es la primera vez en mi vida que me encuentro frente a un presunto devorador de hombres, aunque aún no soy consciente de su condición. Un imponente macho joven, el T121, está echado en el camino en esta fría mañana de diciembre. Sólo un coche más, del que nos separa el tigre, rinde pleitesía al señor de la jungla. Pandey, nuestro guía, ha dado con él recorriendo los senderos del tigre. La red de caminos que nos permite acceder a la vida privada de los grandes gatos rayados tiene su origen en la época en la que estas tierras eran el cazadero de los maharajás de Ranthambore y se abrieron pistas por todo el bosque para gestionarlo. Con la transformación del espacio en reserva de tigre y parque nacional, se han aprovechado oportunamente estas vías de comunicación para la conservación, iniciada por aquellos soberanos caprichosos que consideraban a los tigres la mayor de sus riquezas. 
Desde nuestro gypsy, típico coche abierto de los safaris en la India, mis compañeros y yo le hacemos fotos en trance. Pandey se vuelve hacia nosotros satisfecho y me dice: “el tigre pone una sonrisa en el rostro de la gente”. Esta es una hermosa manera de explicar lo emocionante que es para nosotros tener a uno de los animales más bellos del planeta en la intimidad de su territorio. 
Mas no siempre el tigre pone una sonrisa en el rostro de la gente, particularmente de los humanos que coexisten con él a pelo, sin la barrera tecnológica o de hormigón que a los occidentales nos protege de las fieras. Como trágico ejemplo, al día siguiente, iba a saber que el T121 es sospechoso de haber matado a un pastor de cabras hacía poco más de un mes. Según me cuenta otro guía, este es un joven macho llegado de los territorios no turísticos, más o menos simultáneamente a su hermano y rival, el feroz T120. Está intentando hacerse con el territorio donde nos hemos encontrado con él, en disputa con su poderoso oponente. 

El ataque al pastor no se ha considerado depredatorio por las autoridades. Es decir, el tigre responsable, con seguridad un macho adulto, no cazaba al pastor, sino a sus cabras. En un intento de defenderlas, el hombre se enfrentó a la bestia y murió en el lance. 
         
Video de los rugidos de T121

He leído los relatos de Jim Corbett lo suficiente como para imaginar la escena. El hombre que sale con sus cabras beetal, de larguísimas orejas colgantes, con marcas en su pelaje de pintura naranja, color sagrado que las protege e identifica. El pastor hace caer hojas frescas de la copa de un árbol, cortándolas con habilidad mediante un hacha de mano, cuya cabeza está unida a un mango de dos metros. Ese instante en el que se relaja la atención al entorno, el mismo que oculta al tigre agazapado, desencadena el ataque. El tigre cruza el claro desde los arbustos en los que había estado vigilándolos y hace presa en la cabra más grande, un macho de largos cuernos retorcidos. El hombre corre blandiendo su hacha y gritando hacia el shaitaan que sujeta a la cabra muerta por la garganta. Al alcanzarlo, encuentra la muerte como tantos pastores lo han hecho desde hace milenios: intentando arrebatarle la presa a un depredador. El tigre consume instintivamente parte de un brazo y de una pierna de esta presa insólita y sobrevenida. 

En este momento, nadie puede saber si este es el comienzo de la siempre trágica carrera de un man- eater. Todo dependerá de si el tigre encuentra en cazar humanos un recurso más. En el caso del desgraciado pastor, podemos pensar que lo sensato en un caso así es ponerse a salvo antes que enfrentarse con una pequeña hacha de mano al más temible depredador terrestre vivo, pero quizá deberíamos ponernos en la piel de quien no tiene más que un rebaño de cabras. Los tigres eran para los maharajás, y son en la actualidad para los conservacionistas y amantes de la naturaleza de todo el mundo, un valiosísimo tesoro que debemos conservar a toda costa, pero, en contrapartida, unas cuantas cabras son todo lo que tiene en la vida un pastor indio y su familia. Perder una cabra, que él mismo ha criado desde su nacimiento, en las fauces de un tigre o un leopardo no sólo es una pérdida irreparable para la economía familiar, sino también un golpe emocional devastador. 

Por el momento, desde el parque guardan una tensa calma con T121. Ante un ataque accidental, aislado y sin un culpable probado, ya que sólo se tiene la certeza de que ha sido un gran macho dentro del territorio que reclama el sospechoso, las autoridades deben de ser prudentes, pues un error condenaría a un inocente a la cautividad perpetua, o incluso a su control letal, privando así a la naturaleza de un ejemplar precioso, imprescindible en la conservación de la especie. Se han producido protestas entre las gentes tribales, que desean que la amenaza que supone un man-eater sea solucionada, con los habituales cortes de carretera, así que, del siguiente paso del tigre en cuestión dependerá la temperatura social del territorio y su propio destino.

La situación en Ranthambore comienza a ser explosiva: la densidad de tigres es muy alta y hay menos hembras que machos, por lo que las luchas territoriales son frecuentes. Los tigres derrotados se ven obligados a vagar fuera del parque, en busca de su lugar bajo el sol y esto los pone en contacto con la población local, incrementando notablemente el conflicto. En los últimos quince años, los ataques mortales por parte de tigres a humanos se han incrementado exponencialmente. 
Ajeno a todo esto, el T121, abandona su particular bloqueo de pista, se levanta y se interna en el bosque emitiendo sus estremecedores rugidos territoriales. Ese sonido que te desnuda y te proyecta de golpe al otro lado del Pleistoceno. 


Este es un buen territorio, con presas, agua, refugio y varias hembras jóvenes, como la bella Sakti, T111. Por eso es codiciado y en disputa. Una semana más tarde de nuestro encuentro con el presunto devorador de hombres en lo más íntimo de su territorio, supimos que su reclamación territorial fue escuchada. La vida privada y la pública de los tigres que viven en las zonas turísticas tienen vasos comunicantes que desembocan en los medios y en las redes sociales. Nuestro T121 apareció en numerosas fotografías con su rostro seriamente herido como consecuencia de una pavorosa pelea con T120, su Caín particular. 

¿Quién sabe cuál será el futuro de este tigre? Si no consigue mantener un buen territorio y se ve obligado a vagar cerca de los asentamientos humanos, podría habituarse a cazar la presa más fácil y peligrosa que existe: el hombre. Nosotros, los afortunados viajeros que lo hemos conocido, damos gracias a los dioses de la jungla por habernos permitido asomarnos unos instantes a la vida privada de un man eater.

Texto y fotos José Carlos de la Fuente


Comentarios

  1. Precioso artículo José Carlos, de qué manera nos acercas a esas maravillas de la naturaleza escondidas en los Parques Nacionales de la India. Espero algún día poder acompañarte en uno de esos viajes y vivir in situ esta experiencia.

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    1. Muchas gracias, compañero. Podemos reconducir ese deseo de acompañarme a los Reyes Magos (aún les llegará a tiempo) y te vienes para marzo. :D Un abrazo.

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  2. Espectacular el artículo, nos llevas a la jungla, y nos haces ver de un plumazo los problemas que tienen con los pobladores de sus territorios ancestrales, gracias José Carlos

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    1. Muchas Gracias, Javier. Es muy importante para mí, entender cómo vive la gente y los animales de los lugares que visitamos y trasmitirlo de la mejor manera posible. Un abrazo.

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  3. Te superas en cada nueva entrada, amigo José Carlos.
    Si ya es estremecedor el avistamiento de un tigre, tropezar con un "devorador de hombres" debe serlo mucho más.
    La palabra "coexistencia" ha tomado otra dimensión en mi cabeza desde que nos conocemos. Que difícil el equilibrio entre estos felinos y los humanos!
    Suerte para T121 y enhorabuena a Shakti, la tigresa que nos presentaste en Ranthambore, por haber encontrado a tan magnífico consorte.
    Un fuerte abrazo amigo.

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    1. Muchas gracias, Justo. la verdad que nuestro "head on" de Khumba y su posterior sesión de rugidos fue insuperable, pero cada avistamiento tiene su propia magia. Nuestra Shakti no nos concedió audiencia, ¡por más que recorrimos su territorio!
      La coexistencia es la clave de la conservación de estas especies y de los humanos que viven en los mismos paisajes que ellas. Yo creo que es algo que todos los que viajamos allí con los ojos abiertos cobramos conciencia de ello. En realidad, nuestros dos libros, LOS SENDEROS DEL TIGRE y COEXISTENCIA, giran alrededor de ese tema.
      Un abrazo fuerte, querido amigo.

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