EL PERIODICO: BAJO EL SONIDO DE LA AURORA BOREAL
"A José Luis Rivera le gusta explicar que, en la oscuridad de la noche ártica, de repente, se escucha un chasquido y es como un crujido en el aire, un chispazo que enciende el cielo y marca el inicio del baile de las auroras boreales. La verdad es que esa imagen del fogonazo es muy poética, pero algún científico no sé si la suscribiría».
Quien habla es el fotógrafo granadino José Alberto Puertas, autor de las bellas imágenes de este artículo y de las muchas que contiene 'Bajo el sonido de la aurora boreal'. Historia, datos y leyendas de la noche ártica (Perdix Ediciones, 50 euros), una novedad editorial de tapa dura y mas de 200 gélidas paginas.
Ese encendido de las auroras boreales lo describe su compañero de aventuras y el autor de los textos, José Luis Rivera, con quien ha compartido muchas expediciones al norte de Noruega, más arriba del círculo polar, y en los meses más crudos del año. Ambos han ido a la caza, si el cielo era lo suficientemente raso, de esas tormentas solares que pintan la bóveda celeste de tonos verdosos, violáceos y anaranjados. Han sido muchos los avistamientos recorriendo las estrechas carreteras que bordean los fiordos entre las islas de Lofoten y Vesterålen, en la isla de Senja y el temido y desconocido en invierno Cabo Norte. Y cada uno distinto del anterior.
País grande y poco poblado
«Reencontrarme con esos cielos y esos paisajes para mí es ya como ir al pueblo: siempre encuentras algo bonito -asegura Puertas, con su marcado acento del sur-. Y a diferencia de Islandia, que se ha puesto de moda y está desbordada por el turismo, Noruega es tan grande y tan poco poblada que permanece casi inalterable. Me fascinan esos firmamentos estrellados, claro, pero también la gente con la que nos topamos en cada salida, orgullosa de su cultura, de su pasado vikingo. Me gusta fotografiar a esos pescadores con el rostro curtido, que parecen viejos siendo jóvenes. Y los sami, pastoreando con sus rebaños de renos».
Su colega, Rivera, tira en el libro de su cuaderno de viaje, manoseado, arrugado, apretado, donde recoge las impresiones al final de la jornada, donde dibuja desde un zorro polar a un frailecillo y a una valquiria, motivos que colorea después con ayuda de las acuarelas. Su relato navega entre lo étnico y lo turístico, entre las leyendas contadas al calor del fuego y el rigor historiográfico.
En busca de ballenas
«A mí lo que llevó por primera vez a esos confines no fueron las auroras, fueron las ballenas. Aquel primer viaje fue con mi amigo y biólogo Alfonso Polvorinos», recuerda Rivera, responsable también de la agencia Ecowildife Travel -ecowildlife.es- que organiza salidas a este destino. «Era 2005 y en un viaje de prospección, en busca de la orcas que migraban a los fiordos y las costas persiguiendo el bacalao del mar de Barents». El kaamos, la noche polar, ya había llegado. Y con él el espectáculo de las auroras, que le cautivó. «En aquel viaje aprendimoos mucho, pero sobre todo a equiparnos bien. Ahora nos resfriamos más aquí que allá».
Lo tremendo es que en estos años tanto los cetáceos como las luces en la larga noche hay que ir a buscarlos cada vez más al norte, efectos evidentes del calentamiento global. «Nos pasa cada vez que volvemos al mismo lugar en las mismas fechas, un año después. Se percibe a simple vista y lo corroboran ellos».
El mantra de mirar al norte
Y así es como se repite el mantra de mirar al norte, porque aquella primera vez alguien les contó que es por allá por donde te sorprenderá la aurora. «Como explico en el libro, debimos aprender a mirarlas y a fotografiarlas. Buscamos siempre la Osa Mayor y nos ayuda la aplicación de la NASA». Bajo el cielo estrellado, pero bregando con ese viento gélido que hiere la piel y levanta remolinos sobre la nieve, sobre el hielo traicionero. Como furtivos en la madrugada, relata. Con los ojos acostumbrados a la falta de luz, cuando no hay sombras si no hay luna llena. Unos valientes tirando para arriba cuando las aves hace tiempo que han volado al sur huyendo del frío, cuando muchos pescadores se fueron buscando aguas más templadas o hacer turismo en las costas mediterráneas y solo quedan aquellos intrépidos que esperan el skrei porque de él dependen sus familias.
Las auroras boreales atraen cada año a muchos viajeros al invierno ártico, siempre por encima del círculo polar y siempre ávidos de cazar el mejor baile de luces. «Pero es en Noruega, entre la pequeña localidad de Å (que significa arroyo), en el sur de las Lofoten, y el Nordkapp, por encima del paralelo 71ºN, donde hemos tenido nuestras mejores experiencias», cuenta Rivera. Y donde se han empapado de las historias de Ragnar, del rey Olav, de Erik el Rojo y del pueblo vikingo.
«Una de las visitas que hacemos -cuenta Puertas- es al Museo Vikingo de Lofotr, en Borg, en las Lofoten. Es un lugar muy interesante. El origen está en un granjero que araba sus campos y halló fragmentos de vidrio y cerámica. Era un asentamiento de un cacique vikingo que al marcharse a Islandia dejó atrás». Se construyó una réplica de una casa comunal vikinga de 83 metros de largo, 8,5 de ancho y una altura de 9 metros, la más grande descubierta en Europa. Para preservar los restos originales, fue levantada 60 metros al oeste de la 'høvdinghuset' original, manteniendo la misma orientación. En este centro el recuerdo de aquellos hijos de Odín se hace presente también en la labor de los artesanos.
Orgullosos de sus tradiciones
También han aprendido mucho los autores de las historias de los samis. «Tienen 50 palabras para llamar a la nieve, según como sea. Ahora ya no son nómadas y sus rebaños de renos están en semilibertad -explica Puertas-, pero son una cultura de las más ancestrales, orgullosa de sus tradiciones y muy acogedores». Escribe, y dibuja, Rivera que los samis creen que los zorros árticos levantan chispas con sus colas cuando corren por el hielo en la noche boreal, y que esas chispas se elevan hacia el firmamento creando las auroras boreales, para guiar a los pastores. Por eso los zorros son amigos de los pastores y de los renos y se respetan.
Y dejamos para el final el anuncio de un 2025 de mucha actividad solar. Y las explicaciones del doctor en astrofísica José Miguel González ,un canario responsable de educación en el Andøya Space Center, que hace el prólogo. «Pienso en el primer encuentro con José Luis y en cómo la visita a nuestro centro encajaba perfectamente en sus aventuras». Y es que, desde 1962, la misión principal del Andøya Space es usar cohetes científicos para estudiar qué ocurre en las capas altas de la atmósfera en esas latitudes, entre 150 y 300 kilómetros de altura, tomando datos in situ .
Las auroras boreales nos dan pistas de nuestra relación con el sol. El campo geomagnético que protege nuestro planeta de partículas altamente energéticas del sol tiene un pequeño coladero, y gracias a ese camino abierto se formar las auroras. Más allá del espectáculo de la cortina de luces oscilantes, las auroras indican la presencia de se escudo protector, de su magnitud, así como la actividad de nuestro caprichoso Sol, que en ocasiones se vuelve violento. Ese escudo es esencial para la vida». Si vemos las auroras es porque estamos vivos.
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