SEMANA SANTA SEVILLA. LA MADRUGÁ
No , no he salido en la madrugá. Ya soy perro viejo, prefiero levantarme temprano y ver como se acuesta la Madrugada y se levanta la mañana. Ves las caras cansadas de los nocturnos y la sonrisa de felicidad de los que llegamos.
Esta mañana era de noche todavía y por primera vez he visto un paso con respeto y devoción. El Cristo de el Calvario, sobre un monte de lilas nos anuncia que ya expiró su tiempo. Todos los nazarenos de riguroso luto, con zapatillas de esparto y cirios negros. La gente silencia su paso y los mayores se santiguan. La luna cuarteada ilumina la escena. No lleva música, solo se escucha la voz del capataz cuando pide que levanten el paso. En el silencio se escucha el arrastrar de los pies de los costaleros, son muchas hora pero ya saben que llega el final y agilizan el paso.
La Virgen de la Presentación, manto de oro bordado y orfebrería de plata repujada, le sigue de cerca, ya no llora, ya sufre en su interior la perdida del hijo. Cara de niña adolescene, brillo de ojos llorosos, la corona de quien sería aclamada reina.
La muchedumbre aprovecha el instante para tomar chocolate con churros y los jóvenes cansados de la larga noche se reclinas por las esquinas. Hace frío y ese es el tema de las conversaciones.
Calle Arfe abajo viene la Hermandad de Triana. La cruz de guía anuncia que detrás más de 2.500 nazarenos de verde y blanco. Esto ya no es pasión es espectáculo puro. Madres, padres, abuelos, hermanos todos siguen a los niños de la procesión. Marujas de Triana que acompañan al paso. De lejos se escucha la banda de música que no solo toca marchas, toca hermosas baladas para acompañar los pasos.
El primero “El Caballo”. Popularmente se conoce así al vía crucis de este paso. Jesús se cae y José de Arimatea lo levanta, el romano a caballo mira la escena complaciente. La calle está “abarrotá”, algunos nazarenos, faltos de total disciplina, se salen de la cola para fumar o beber cerveza. Es otra forma de afrontar la fe.
Lo de la Virgen de La Esperanza de Triana es harina de otro costal. He dicho muchas veces que la hermosura de la mujer sevillana radica en su pureza de cara, sus ojos verdes, su pelo negro y su cara de alegría. Pues el imaginero de la virgen se permitió la licencia de esculpir a la judía, a la madre de Dios, a imagen y semejanza de una mujer sevillana, cara dulce y fina, ojos expresivos, belleza pura y natural, con las mejillas sonrosadas y el gesto delicado de una manola andaluza. No imagino a la madre con debió ser en aquellos tiempos, más cercana a la madre de la Vida de Bryan, la alegre película de Monty Python. La Esperanza enamora a su paso con su belleza serena, huelen los nardos, la rosas y los jazmines de su paso y su cara hermosa te reclama constantemente. El gentío lo sabe, la adora y le lanza gritas de “guapa, guapa”. La primera luz del día, la ilumina en el instante que mi cámara lanza la foto. Un lujo.
Me regreso escuchando a lo lejos los tambores que anuncian por calle Cuna que la otra Esperanza, la de la Macarena, regresa a su casa. Pero eso lo dejo para el año que viene.
Esta mañana era de noche todavía y por primera vez he visto un paso con respeto y devoción. El Cristo de el Calvario, sobre un monte de lilas nos anuncia que ya expiró su tiempo. Todos los nazarenos de riguroso luto, con zapatillas de esparto y cirios negros. La gente silencia su paso y los mayores se santiguan. La luna cuarteada ilumina la escena. No lleva música, solo se escucha la voz del capataz cuando pide que levanten el paso. En el silencio se escucha el arrastrar de los pies de los costaleros, son muchas hora pero ya saben que llega el final y agilizan el paso.
La Virgen de la Presentación, manto de oro bordado y orfebrería de plata repujada, le sigue de cerca, ya no llora, ya sufre en su interior la perdida del hijo. Cara de niña adolescene, brillo de ojos llorosos, la corona de quien sería aclamada reina.
La muchedumbre aprovecha el instante para tomar chocolate con churros y los jóvenes cansados de la larga noche se reclinas por las esquinas. Hace frío y ese es el tema de las conversaciones.
Calle Arfe abajo viene la Hermandad de Triana. La cruz de guía anuncia que detrás más de 2.500 nazarenos de verde y blanco. Esto ya no es pasión es espectáculo puro. Madres, padres, abuelos, hermanos todos siguen a los niños de la procesión. Marujas de Triana que acompañan al paso. De lejos se escucha la banda de música que no solo toca marchas, toca hermosas baladas para acompañar los pasos.
El primero “El Caballo”. Popularmente se conoce así al vía crucis de este paso. Jesús se cae y José de Arimatea lo levanta, el romano a caballo mira la escena complaciente. La calle está “abarrotá”, algunos nazarenos, faltos de total disciplina, se salen de la cola para fumar o beber cerveza. Es otra forma de afrontar la fe.
Lo de la Virgen de La Esperanza de Triana es harina de otro costal. He dicho muchas veces que la hermosura de la mujer sevillana radica en su pureza de cara, sus ojos verdes, su pelo negro y su cara de alegría. Pues el imaginero de la virgen se permitió la licencia de esculpir a la judía, a la madre de Dios, a imagen y semejanza de una mujer sevillana, cara dulce y fina, ojos expresivos, belleza pura y natural, con las mejillas sonrosadas y el gesto delicado de una manola andaluza. No imagino a la madre con debió ser en aquellos tiempos, más cercana a la madre de la Vida de Bryan, la alegre película de Monty Python. La Esperanza enamora a su paso con su belleza serena, huelen los nardos, la rosas y los jazmines de su paso y su cara hermosa te reclama constantemente. El gentío lo sabe, la adora y le lanza gritas de “guapa, guapa”. La primera luz del día, la ilumina en el instante que mi cámara lanza la foto. Un lujo.
Me regreso escuchando a lo lejos los tambores que anuncian por calle Cuna que la otra Esperanza, la de la Macarena, regresa a su casa. Pero eso lo dejo para el año que viene.
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