Y POR FIN HOYAMOS EL EVEREST. NEPAL
Como ya dije al inicio de esta escapada a Nepal que hoy toca fin, el objetivo no era recorrer los caminos ni las montañas de este hermosa tierra nepalí, era simplemente tener una toma de contacto con un país al que de buen seguro volveré.
Pero no podía marchar de aquí, si asomarme a las cordilleras que más atraen en todo el mundo, desde mi llegada, cuando vi asomar las volutas de nieves de las altas cumbres del Himalaya, la tenía señalada en mi cuaderno en blanco. Pero la suerte no quiso sonreirme hasta el último día. Una fina niebla que ha cubierto el valle de Kathmandú durante todos los días de mi visita, impidió que la cordillera se me mostrara pura y franca.
Debido a que no estaba previsto hacer ningún trekking en este viaje, cada noche me he acostado con la idea de poder levantarme y que la cumbre del Everest se apareciera ante mi. Una madrugada me levanté para recorrer en tres horas los escasos 50 kilómetros que nos alejan del primer mirador sobre las montañas, pero de nuevo la niebla lo impidió. Las mañanas siguientes, acudí al aeropuerto para sortear controles y expediciones que me acercaran, pero fue del todo imposible. Ya con la pena asumida y con la bolsa hecha para el regreso de este largo viaje de casi tres semanas, una intuición, un atisbo de esperanza se me abrió y nos colamos en uno de los mountain flights que surcan el cielo cada mañana y se elevan hasta acercarce a las cumbres más altas de nuestra tierra.
Cuando el avión se elevaba, me agarre al asiento y a la mano de la azafata que se sentaba a mi lado, sonreí a todo el mundo, respire tranquilo y cuando la comandante advirtió que el Everest estaba ligeramente cubierto, ni me enteré, delante de mi, a derecha e izquierda la cordillera más impresionante del mundo se alzaba majestuosa: El Makalu, los Annapurnas, el Kanchenjunga, el Lhotse..., todos estaban allí y detrás de ellos, imponente, inhiesto, vigilante, alzando su pico al cielo y queriendo tocar las barbas del altísimo aunque cubierto de una aureola que no dejaba ver su cresta, El Everest. El más grande entre los grandes. la cima inalcanzable para unos, un producto turístico para otros, un sueño, una entelequía, el lugar más alto del mundo y al que muy pocos le han visto la cresta.
Bajamos en silencio y no fue hasta horas más tarde, sentado en mi vuelo de regreso a España cuando me dí cuenta de donde había estado, cerca del mítico Everest, cerca del sueño de mucha gente, donde han dejado la vida tantos y tanos alpinistas. Ahora se que volveré para hacer el trekking más alto de mi vida. Seguro.
Pero no podía marchar de aquí, si asomarme a las cordilleras que más atraen en todo el mundo, desde mi llegada, cuando vi asomar las volutas de nieves de las altas cumbres del Himalaya, la tenía señalada en mi cuaderno en blanco. Pero la suerte no quiso sonreirme hasta el último día. Una fina niebla que ha cubierto el valle de Kathmandú durante todos los días de mi visita, impidió que la cordillera se me mostrara pura y franca.
Debido a que no estaba previsto hacer ningún trekking en este viaje, cada noche me he acostado con la idea de poder levantarme y que la cumbre del Everest se apareciera ante mi. Una madrugada me levanté para recorrer en tres horas los escasos 50 kilómetros que nos alejan del primer mirador sobre las montañas, pero de nuevo la niebla lo impidió. Las mañanas siguientes, acudí al aeropuerto para sortear controles y expediciones que me acercaran, pero fue del todo imposible. Ya con la pena asumida y con la bolsa hecha para el regreso de este largo viaje de casi tres semanas, una intuición, un atisbo de esperanza se me abrió y nos colamos en uno de los mountain flights que surcan el cielo cada mañana y se elevan hasta acercarce a las cumbres más altas de nuestra tierra.
Cuando el avión se elevaba, me agarre al asiento y a la mano de la azafata que se sentaba a mi lado, sonreí a todo el mundo, respire tranquilo y cuando la comandante advirtió que el Everest estaba ligeramente cubierto, ni me enteré, delante de mi, a derecha e izquierda la cordillera más impresionante del mundo se alzaba majestuosa: El Makalu, los Annapurnas, el Kanchenjunga, el Lhotse..., todos estaban allí y detrás de ellos, imponente, inhiesto, vigilante, alzando su pico al cielo y queriendo tocar las barbas del altísimo aunque cubierto de una aureola que no dejaba ver su cresta, El Everest. El más grande entre los grandes. la cima inalcanzable para unos, un producto turístico para otros, un sueño, una entelequía, el lugar más alto del mundo y al que muy pocos le han visto la cresta.
Bajamos en silencio y no fue hasta horas más tarde, sentado en mi vuelo de regreso a España cuando me dí cuenta de donde había estado, cerca del mítico Everest, cerca del sueño de mucha gente, donde han dejado la vida tantos y tanos alpinistas. Ahora se que volveré para hacer el trekking más alto de mi vida. Seguro.
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