ESCAPARATES DEL MUNDO. HONDARRIBIA

Es la segunda vez que traigo un escaparate de Hondarribia a estas páginas.  Nos es fruto de la casualidad, me gusta perderme en sus calles empedradas y sortear la linea de frontera que nos une con la gabacha Francia, separados tan solo por la mitad del río Bidasoa. Me gusta sentarme en los bancos de sus plazas y contemplar como vuela la humedad en las mañanas  frías del invierno, me gusta oler al mar en su aire limpio a la vez que cerrar los ojos y transportarme allende los mares con las historias de viejos marineros y lobos de mar.

Subiendo desde la entrada por la Puerta de la Muralla hacia la plaza de Armas, a derecha e izquierda, Hondarribia nos regala pequeños establecimientos de comidas, pescaderías y carnicerías sacadas de libros de autor. Uno de esos escaparates, estrecho, de ventanales azules y vidrio limpio, nos cuenta historias infantiles, cuentos de leyendas, narraciones increíbles...; las caras de su escaparate y los guiñoles que por allí se asoman, son de seres irreales a los que uno imagina recobrar la vida en cuanto su dueña cierra la puerta. Como el taller de Gepetto, la vida brota en la noche entre montones de papel y botes de pintura y es esa, la vida que nos devuelve el escaparate del viejo pueblo de pescadores de Hondarribia.

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