Noruega: Los alces de las Islas Lofoten

Aunque las preciosas señales de tráfico advierten con frecuencia el peligro de que se cruce una bestia enorme en una de esas carreteras heladas, hasta que no empiezas a verlos no eres consciente de su verdadero tamaño. Los alces ramonean y descortezan abedules en el mismo borde de las carreteras, justo al otro lado del talud apilado por la quitanieves. Los observas echados en su cama entre la nieve o transitando con sus zancos sobre los lagos helados cubiertos de nieve y sorprendentemente, en el patio de las casas aisladas en el campo, siempre asociados a los árboles.

El paisaje ártico noruego es ciertamente grandioso y vasto en los archipiélagos Lofoten y Vesteralen. Montañas jóvenes que se elevan verticales desde la profundidad del mar, en la costa o en los fiordos, cubiertas de abetos, piceas y abedules, allí donde la taiga hace frontera con la tundra.  Los encantadores pueblecitos dispersos por un territorio inmenso habitados por gente dura a causa del clima extremo, aburrida por tanto bienestar escandinavo en las largas noches polares y los cortos días en los que la luz dorada del crepúsculo dura horas.


Un tipo mediterráneo recorre siempre estupefacto los paisajes extremos del planeta, ante la flexibilidad ecológica de nuestra propia especie que se ha adaptado a ellos a pesar de su origen africano. Bien abrigado con tu equipo térmico o desde el cómodo interior de tu vehículo perfectamente climatizado, pienso a menudo en la epopeya milenaria de sapiens que colonizaron Eurasia durante los durísimos periodos glaciales, cuando hábitats semejantes a éstos se extendían hasta el mismo borde del Mediterráneo. El fuego domesticado y las pieles arrebatadas a los mamíferos con los que coexistía fueron dos herramientas clave en la conquista de los paisajes de la nieve y el hielo.

Durante esa época primera de los sapiens en Europa, los ecosistemas estaban integrados por numerosas especies de la famosa megafauna que los humanos, sapiens y neandertales, cazaban para alimentarse o para eliminar competidores. Buena parte de aquella gran fauna desapareció coincidiendo con más o menos precisión con el cambio climático que supuso el fin de la última glaciación y existe una gran controversia científica acerca del papel que el Homo sapiens pudo tener en estas extinciones.

Algunas especies de esta megafauna sobrevivieron y, de esto no hay duda, ha sido el sapiens moderno el que las ha puesto en dificultades. Y, sin embargo, las que han conseguido adaptarse prosperan miles de años después en paisajes donde no las esperas. Es el caso del alce, que, como escribía al principio, observas en estas islas árticas viviendo en la vecindad del hombre. ¿Cómo se apañó este cérvido descomunal para vivir cerca de los humanos y no desaparecer como ocurrió con otras especies similares? Sabemos que los ciervos gigantes como los megaloceros sí que se extinguieron sin remedio, llegando a duras penas hasta hace cinco mil años en sus últimos refugios siberianos.

Se desconocen los detalles, pero está bastante claro que, para haber llegado hasta aquí, el alce supo competir con éxito con otros herbívoros de su tamaño y, además, ha tenido que adaptarse a coexistir con humanos.

Mientras pienso en esto, pasamos una de esas señales con la silueta de un alce caminando hacia la carretera. Bajo el triangulo metálico, un letrero pone “Stor elgfare”. Gran peligro de alce.

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Y aquí un video captado estos días de estos bellos animales.



Texto y fotos: José Carlos de la Fuente

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