NUTRIAS EN EL RIO OURO


Una nutria disfruta de su desayuno en un tranquilo rincón de su territorio.

Durante nuestros viajes hemos observado y rastreado a las nutrias en muchas ocasiones. En Doñana, saltando de lucio en lucio cuando el verano se bebe las marismas, recorriendo el puerto ártico de Andenes bajo cielos encendidos de verde por las auroras o en el humedal infinito del Delta del Danubio, cazando entre los nenúfares. Pero seguramente el momento más emocionante que he vivido con esta especie carismática fue en un paraje olvidado de la costa de Lugo.

La ribera del curso bajo del río Ouro es una franja de un precioso bosque galería, con olmos, alisos y sauces en medio de un deprimente eucaliptal. Mis andanzas en aquel otoño por el camino que la reseguía me descubrieron rincones verdaderamente evocadores. Un fantasmagórico molino, al que ya sólo daban uso la fauna y los recuerdos, los prados de Fernandete, que se convertían en río o en un pequeño pantanal dependiendo de la penetrante acción de las mareas del cantábrico cercano, y un recodo que formaba una playita. En la arena brillaban minúsculas partículas doradas y yo me preguntaba si nos serían los restos del oro de los romanos que le dio nombre al río. Pero para mí, el verdadero tesoro de la playita eran las criaturas que dejaban sus historias escritas con los símbolos más antiguos, de cuando los humanos y las otras especies hablábamos el mismo idioma. Las nutrias, los zorros y las ginetas del Ouro dejaban sus huellas en la arena y en el enorme lienzo de limo que descubría la bajamar. 
Vídeo de la escena de nuestra nutria del Ouro

No tenía entonces acceso a las modernas cámaras de fototrampeo, que tanto nos han aclarado sobre el comportamiento de la fauna que intuíamos con más o menos acierto. Tenía mi primera cámara digital, que era muy buena pero que no daba las fabulosas prestaciones de las actuales y para fotografiar a la fauna lejana o con poca luz no servía de mucho. Así que tuve que profundizar en el aprendizaje del rastreo y en hacer esperas crepusculares acurrucado al pie de alguno de los eucaliptos. Aprender un lenguaje de forma autodidacta tiene un proceso que todo el que lo ha intentado conoce bien. Intentas acostumbrarte a cómo suena por inmersión, asignas significado a palabras que resultan ser erróneos, de repente entiendes una frase suelta, pillas el sentido por contexto… En eso estaba yo con los rastros de las nutrias, cuando una tarde encontré en la playita del recodo el rastro más alucinante de esta especie con el que he topado nunca.

Rastro de una nutria sobre uno anterior de zorro.
Las huellas de una nutria salían del agua, recorrían un pequeño trecho de la playa en paralelo a la corriente y, había un surco de unos tres metros de largo en la arena que acababa en un pequeño desnivel junto al agua. El surco, sorprendentemente similar al que he observado en las pitones, estaba flanqueado por los golpes de remo de las patas del mustélido a lado y lado. Acababa abruptamente al borde del pequeño talud y el rastro se perdía de nuevo en el río. Esos momentos en los que intentas desentrañar la historia que cuenta un rastro son un bombardeo de estímulos imposible de describir, porque el rastro genera imágenes del animal en tu mente y el cerebro las transforma en una emoción. Y allí estaba yo, intentando que las fotos expresasen lo que estaba viendo. Finalmente, las imágenes mentales se ensamblaron y vi a la nutria salir del río, caminar unos metros y “nadar” en la arena reptando como el “cuélebre” de las leyendas para volver al río. El propósito de aquel comportamiento no dejaba lugar a dudas. La nutria podía haber cubierto aquel tramo simplemente caminando.

El deslizamiento de la nutria por la arena del río.
Aquel tobogán de parque acuático le aportaba únicamente diversión, juego, y el juego implica inteligencia. Me atrevería a decir que implica imaginación.
 
La nutria es un mamífero readaptado, es decir que, en un momento dado de su evolución se adaptó a un nicho drásticamente distinto al que había ocupado milenios. Esto les pasó a las nutrias, carnívoros evolucionados en tierra y readaptados a un modo de vida anfibio, les ocurrió a los cetáceos e incluso a nuestra propia estirpe, los homininos. Leí en una ocasión que todos los mamíferos readaptados son especialmente inteligentes y no hay duda de que, al menos en los casos citados, es así. Y tanto la nutria que “navega” por la arena bañada de oro del Ouro, un delfín mular que salta y hace cabriolas antes los ojos atónitos de una surfista en la playa de Cubelles o el ciclista que baja por la calle y aprovecha el asfalto arrugado por una raíz para dar el saltito más alto posible comparten mucho más de lo que podamos pensar a primera vista.

Comentarios

Entradas populares