Si uno camina por la selva amazonica del Río Napo en la búsqueda de preciados tesoros botánicos y faunísticos que llevarse como recuerdo, se tropezará con los indigenas de esta parte de la amazonia. Muchos indigenas ecuatorianos se han trasladado a vivir y trabajar a los pueblos más cercanos como Ahuano o Santa Rosa, pero otros siguen instalados en la mitad de esta masa forestal Reserva de La Biosfera.
Para llegar hasta el rio Napo se conducen más de 400 kilometros selva adentro, dejando atrás la mole inmesa del los Andes. El calor aprieta y los mosquitos zumban en el último trayecto en canoa ya navegando por el Río Napo. Nos adentramos por el inmenso bosque y entre grandes mariposas, peresozos y serpientes, descubrimos la mirada de un mujer indigena de la amazonia con su hija en brazos. La casucha de madera desvenciajada y en sus ojos, la extrañeza del encuentro y el temor a la desconocido. Saludamos y esbozó una media sonrisa, la pequeña se unió más a su madre, nuestra idioma tampoco era el suyo. Nos siguió con la mirada un largo trecho hasta que desaparecimos. Su mirada siguió con nosotros durante varios días. la veíamos detrás de cada árbol, en los arroyos de la selva, en los claros del bosque, en el margen del río, era la mirada de todos los indigenas. La mirada de quien ha sufrido mucho cuando el hombre blanco esta cerca.
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