KENIA: LA EMOCIÓN DEL PRIMER SAFARI

En general todos los que viajan a África por primera vez, viven ese encuentro con la ilusión añadida a la de visitar un nuevo continente y un nuevo país, del encuentro con la fauna salvaje, los amaneceres y atardeceres africanos y el conocimiento de nuevas culturas tribales que tantas veces vieron en el cine y la televisión, cuantas generaciones han ilusionada Meryl Street y Robert Redford desde el estreno de Memorias de África. Como avezado naturalista y guía de expediciones al continente africano, podría contar mil y una anécdotas sobre ello y sobre tantas personas que he conocido y con las que he compartido ese primer encuentro y esos primeros safaris pero quizás, los más emocionante de ese primer viaje para el guía, es girarse en el vehículo y ver las caras de sus viajeros cuando penetramos en cualquier parque nacional y aparecen en el horizonte la silueta de los animales soñados enmarcados por la embriagadora luz penetrante de África.

El/la experimentado/a naturalista de mil batallas con la fauna local y ocasional visitante de espacios naturales cercanos, deja la mirada perdida en el horizonte y se le iluminan los ojos, debe pensar que ahora sí, que ahora puede ya relajarse, pienso que le viene a sus memorias las horas vividas delante del televisor en generosas tardes de documentales. La pareja de aquellos/as que han soportados interminables encuentros y quedadas o charlas de café sobre las características y etiología o simplemente la enumeración de especies en encuentros de amigos naturalistas, se giran y le vuelve a mirar y por primera vez entienden parte de esas largas charlas y ahora sí son conscientes de la emoción que significa el momento. El/la que nunca pensó venir a África, pero en el momento de la decisión pesaron sobre esta el acompañar a amigos o familiares en ese viaje, asiente con la mirada nublada a algo que nunca pudo imaginar, a un continente plagado de grandes criaturas salvajes, de colores únicos y de cultura que, si bien no son las nuestra, conforman un crisol difícil de olvidar. También el indeciso/a, que no le acaban de llenar tantas horas de coche y camino y no sabe si acertó al elegir el viaje, pero que aguanta las charlas post safaris y cada día va reconociendo como suyas expresiones que escucha a su alrededor como “espectacular”, “increíble”, “mágico” y que seguramente, a fuerza de escucharlas cada tarde de safari, repetirá en sus anécdotas de viajes con compañeros de trabajo y amigos.

Pero sobre todo hay un viajero que hace que cada vez, que cada primer safari, el guía se sienta henchido de haber estado allá para vivirlo. Es el viajero/a que ahorró durante largo tiempo para cumplir un sueño, el/la que tuvo que abstenerse de muchas cosas para un día pisar el suelo africano y embarcarse en una semana de aventura para conocer algo que tantas veces soñó, el/la que tuvo que batallar con sus allegados que tantas veces la/le dijeron que vaya tela gastarse tanto dinero en un safari. Ese, esa viajero/a es el que hace que el guía vuelva a casa con la moral por las nubes y con ganas de conocer nuevos viajeros, el que dignifica tu trabajo y el que seguramente, no olvidarás nunca. Es el que, ante el encuentro de la gran fauna, le sorprendes con los ojos nublados y húmedos con lágrimas de emoción, con la explosión de felicidad tantos años guardada en su corazón y que no puede esconderse y llora cuando un leopardo baja de un árbol, una mama elefante barrunta sus temores, una mama guepardo llama a sus crías o el rugido de un león nos sorprende en el atardecer. En cada primer safari, me giro a buscarlos entre los viajeros, y en cada safari le encuentro, callado/a, ensimismado/a, pero feliz. Es ese viajero/a el que consigue que cada noche nos vayamos a dormir con la felicidad del deber cumplido y con la confianza de que otra vez ha merecido la pena volver a ponerte en la carretera para enseñar los rincones perdidos de África