¡Orca!

 

La zodiac recorre el puerto de Andenes y puedo observar a los pigargos posados en los espigones nevados esperando a que un “wildlife artist” pinte un óleo con ellos como motivo. Una vez salimos de las tranquilas aguas del puerto, el mar de Noruega se muestra en todo su esplendor salvaje. La lancha acelera y levanta a los bandos de eíderes comunes que se alejan en vuelo de nosotros. Machos coloridos y hembras oscuras.

En un momento tan temprano como febrero, pudimos observar eíderes en los primeros escarceos nupciales

Nuestra embarcación se dirige como una flecha en busca de los leviatanes de las aguas árticas por un mar agitado (verdaderamente intenso para un marinero de agua dulce mediterráneo). Con embarcaciones ligeras que sorteaban las olas, los navegantes noruegos medievales exploraron buena parte del mundo conocido y aguas absolutamente ignotas.

Nos hemos embutido en un traje seco que nos protege casi por completo del frío a excepción de la cara, expuesta al golpe salado de las olas y cuyas gotas se congelan justo antes de entrar en contacto con la piel recordándote por dónde navegas.

El mar es de un color gris oscuro y durante los cuarenta minutos que dura la singladura hasta las zonas de alimentación de los cetáceos objeto de nuestro safari, te puedes abandonar a la ensoñación. Las lecturas infantiles navegan contigo y no resulta tan difícil imaginarte en la cubierta de un “drakkar”, con proa de dragón, en una expedición que descendía el fiordo para comerciar o saquear (hace siglos que los términos se fusionan) con los pueblos medievales del sur de Europa. Cerca de aquí se forma el complejo de remolinos marinos que inspiró a Edgar Allan Poe una de sus angustiosas pesadillas literarias, “Un descenso al Maelstrom”.  Y tampoco es difícil de imaginar la dureza de la vida de los hombres de mar más cercanos en el tiempo a nosotros, balleneros y pescadores, pues los pequeños pesqueros que vamos avistando llevan muchas horas de interminable noche ártica faenando. Los pescadores de las cerradas comunidades de estos archipiélagos han alternado la caza de ballenas en verano con la captura del bacalao, que migra hasta estos ricos caladeros en invierno. La dureza de este trabajo está empezando a dejar sin reclutas a los pesqueros familiares tradicionales.

Con las gafas chorreando agua salada, el mundo a mi alrededor se ha desdibujado en gris y el grito de la bióloga que navega junto al patrón en la popa me saca de mi ensoñación de aventuras marinas. ¡Orca!

Entre el oleaje atisbamos una aleta negra muy alta e inconfundible. El capitán maniobra y nos coloca donde la familia de orcas está pescando. Mientras, el lomo de un rorcual se sumerge a escasos metros de nuestra pequeña embarcación y una yubarta hace apariciones, las orcas danzan entre las olas.

Me da tiempo a comparar las inmersiones del rorcual, que apenas alza la aleta caudal cuando se sumerge, y a la jorobada que se hunde con la cola apuntando al cielo.

Las orcas emergen, resoplan, se sumergen. Podemos ver sus aletas caudales blancas por abajo, su máscara, su silla de montar gris.

Este video lo grabaron unos compañeros de viaje en la Zodiac


Intuimos su inteligencia, su estrategia, sus voces bajo el agua. No sabemos a dónde mirar, confundidos como el mismo cardumen de arenques o bacalao que deben de estar pescando. Alrededor, los pequeños pesqueros noruegos faenando en coexistencia con lo más salvaje de las aguas árticas. Las orcas han sido perseguidas por los pescadores de todo el mundo, legal (hasta 1981) o ilegalmente desde entonces, por ser consideradas competidoras o por su presunta peligrosidad nunca demostrada, ya que nunca han sido un objetivo comercial por su tamaño mediano y su baja cantidad de aceite y carne. Noruega mataba un cupo anual de estos cetáceos desde 1938 hasta 1981 y ahora parece haber cierta tregua en el conflicto.

Inmersión de la yubarta o ballena jorobada. 

Sobre las orcas, bandos de gaviotas histéricas aprovechando para pescar en mar revuelto y alcatraces francotiradores. Y este naturalista está sobrepasado por momentos por el maravilloso espectáculo de la naturaleza salvaje. La cámara con el objetivo salpicado de agua va disparando sin tiempo para nada más.

La vuelta es muy rápida y desembarcamos en Andenes absolutamente sobrepasados por una experiencia ballenera que no olvidaremos nunca.

En el puerto, cerca del faro hay restos de un rorcual cubiertos de nieve. De este puerto norteño ya no salen barcos a cazar ballenas, pero Noruega es uno de los países que mantienen esta práctica obsoleta y cruel en estas mismas aguas territoriales. En cualquier caso, el de ballenero es un oficio a extinguir, por motivos sociales y económicos. Los jóvenes no desean continuar con un oficio durísimo y poco apreciado socialmente por la sensibilidad medioambiental creciente. El consumo de carne de ballena va también de capa caída en Noruega, considerándose un alimento de los tiempos difíciles o un souvenir para turistas sin mala conciencia ecológica. Empieza a ser poco rentable y se mantiene muy subvencionado por el estado noruego.

Es una curiosa paradoja que fuera Noruega el primer país ballenero en establecer una moratoria en la caza de ballenas en 1914.

Espero que algún día ganen los partidarios de su abolición definitiva y que las únicas embarcaciones que salgan en su búsqueda sean como la que nos ha llevado a nosotros. Investigación y observación.


Cráneo de orca en el Museo Vikingo de Lofotr. Los antiguos noruegos cazaban ballenas desde la costa en los siglos IX y X.

Texto y fotos José Carlos de la Fuente

Comentarios

  1. Precioso artículo q describe con maestría nuestras incursiones en el Mar de Noruega, especialmente en una salida, está q narras, q supuso todo un festín para los sentidos. Enhorabuena amigo, un fuerte abrazo desde Noruega…

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    1. Muchísimas gracias, compañero! Como conoces bien, navegar por el Mar de Noruega es jna experiencia muy potente y estar entre los mayores depredadores de los oceanos, inolvidable. Un abrazo fuerte.

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