RUSIA(III): SAN PETESBURGO LA BELLA NORTEÑA



María, nuestra guía es de cara redondita, ojos profundamente verdes y de pelo castaño, muy guapa, María es Peterburguesa. Ágil como los veleros que cruzan el Neva y alegre como las noches blancas de la ciudad de San Petesburgo que la vio nacer. Sus padres son de aquí y de Moldavía. Una mezcla como tantas otras en esta Rusia multicultural.  Rusia es dura y a veces fría, sus gentes son rudas, su clima extremos, su ciudades entreveradas, unas bellas como esta que hoy nos acoge, otras no lo son tanto. María no conoció a los zares, apena vivió los estertores del comunismo, vivió de cerca la Perestroika y hoy defiende que Putin no es tan malo frente a los que le atacan desde Occidente. María dice que los rusos son duros de pelar, que necesitan la mano dura de un "zar" y lo dice convencida. Y esto es lo que más nos sorprende de San Petesburgo y sus gentes que son contundentes. Porque la ciudad no defrauda para nada al visitante. Esta conversación se mantuvo a orillas del río Neva, en la Fortaleza de la ciudad y con una fina lluvia que nos empapaba y aún así, al otro lado del río, la ciudad me seguía pareciendo hermosa.

Envuelta en las brumas de invierno o iluminada por el sol de medianoche en verano, San Petersburgo, la bella norteña, nunca defrauda. Durante tres siglos, la ciudad más joven de Rusia, ha crecido y crecido, pasando por inesperados virajes históricos y siempre escogiendo su propio camino, San Petersburgo se ha formado como "una ciudad eterna", inconfundible por su belleza y su armonía. Bautizada como la “Venecia del Norte” por sus bellos canales y más de cuatrocientos puentes, San Petersburgo tiene una superficie de 1400 km2 y una población de cinco millones de habitantes,  está formada por 44 islas entre las que discurren 50 canales y ríos, de los que los más importantes son el Neva y sus cinco afluentes.

Durante tres siglos crecieron varias generaciones, existieron diferentes regímenes políticos y sistemas económicos, pero el espíritu de la ciudad se conserva intacto. San Petersburgo es, sin duda la más hermosa de todas las ciudades rusas y una ventana rusa abierta a Europa. Vio nacer grandes políticos como Pedro el Grande y algún otro de la dinastía de los Romanov que levantaron cada edificio, cada calle, cada puente, aquí  se puede decir que cada piedra es histórica. La ciudad fue construida con un esfuerzo increíble en una zona pantanosa y gélida que sufría de los vientos del norte y las inundaciones. En ese lugar imposible Pedro quiso fundar no sólo una ciudad, sino una idea de ciudad: la moderna capital que, como creía el zar, necesitaba Rusia. Es la ciudad más europea del país creada como un puente por donde fueron entrando en Rusia muchos valores de la civilización europea. Petersburgo fue planeada, diseñada, construida y decorada íntegramente por arquitectos e ingenieros de Francia, Italia, Holanda, Inglaterra... y con ellos y sus gustos, Occidente metió la cabeza en Rusia.

San Petersburgo debía ser su nueva capital, aunque la comarca fuera sin duda la menos hospitalaria de su inmenso imperio; de hecho, una región pantanosa de clima insalubre. La construcción de San Petersburgo exigió enormes sacrificios, tanto en dinero como en hombres y mujeres; se reclutaron a la fuerza campesinos y obreros procedentes de todas partes del gran imperio, para el establecimiento humano de la nueva capital que el zar pretendía erigir tomando por modelo la ciudad de Amsterdam. Bautizada con el nombre de Leningrado en tiempos de la Unión Soviética, la ciudad estuvo estrechamente asociada a la Revolución de Octubre. En su patrimonio arquitectónico se armonizan los estilos opuestos del barroco y el neoclasicismo, tal como se puede apreciar en el Almirantazgo, el Palacio de Invierno, el Palacio de Mármol y el Ermitage.  Fue declarada Bien Cultural de la Humanidad por la UNESCO junto a sus palacios cercanos en 1.993.

Numerosos prisioneros suecos trabajaron en ella hasta sucumbir extenuados, y cuando terminó de construirse la capital nadie quiso ir a establecerse allí; entonces el Zar obligó a numerosos boyardos y burgueses a abandonar sus domicilios moscovitas para construirse nuevas residencias en San Petersburgo.

Tenéis más fotos de la ciudad en este enlace.

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