Kenia: La vida y la muerte en el río Mara

 

Un buen puñado de coches de safari nos alineamos en la ribera del río Mara, que aquí ha labrado un tajo profundo en la sabana. Somos un buen puñado de humanos, pero como novedad, no nos contamos entre los mamíferos más numerosos entre los presentes. Irónicamente, estamos en uno de esos lugares que los protagonistas de los safaris románticos llamaban “las soledades africanas”.  A pesar de todo, no es nuevo para los sapiens observar expectantes las migraciones de la fauna.

En el borde donde nos encontramos hay unos cuantos cientos de cebras de Grant, junto con otros tantos ñus. Aunque son muchos a nuestros ojos, no son todos los que deberían estar aquí en esta mañana de agosto. En cuestión de una semana, millares de miembros de la Gran Manada han girado grupas en un movimiento contrario a su peregrinaje eterno y se encuentran kilómetros más abajo, alrededor de la frontera con Tanzania. Ha llovido inesperadamente bien allí y el sensible barrunto de los antílopes los ha guiado hacia una zona de pastos frescos. El cambio climático está haciendo mucho menos previsible el movimiento de la Gran Migración en las estepas de África oriental, para desespero de los que buscan la poco aventurera e imposible certeza en sus viajes de naturaleza.

Es difícil para los cocodrilos sorprender a las cebras que se acercan a beber

Los taludes están cortados por zanjas perpendiculares, que en su día abrieron los hipopótamos y que utilizan las manadas para cruzar a la tierra de promisión. Son las cebras las que suelen encabezar los peligrosos cruces del río y, observándolas a lo largo de la mañana puedes entender el porqué. Las cebras son listas y buenas estrategas. Alguno de los grupos que ya están al otro lado, bajan a beber agua con suma precaución. Mientras unas cuantas se acercan con cuidado a la orilla, un vigía se queda a media ladera, desde donde tiene una buena perspectiva de las aguas turbias del Mara. Y es que en ellas acecha la muerte. Tan pronto como los équidos rayados se acercan al agua, en los bancos donde reposan con la paciencia de viejos presidiarios, alguno de los cocodrilos se pone en marcha. Se acerca a sus presas navegando con sigilo, como un madero que arrastra el río hasta situarse muy cerca de los hocicos que sacian su sed cautelosos. Apenas asoman los ojos del reptil a un metro, quizá menos ya, de las cabezas de las cebras cuando suena el rebuzno del vigía. Impulsadas hacia arriba por el resorte de sus ancas poderosas, las cebras se precipitan al galope lejos del temible depredador.

En los fangosos bancos del río Mara se emboscan los cocodrilos más grandes de todo África.

La presencia de los cocodrilos del Nilo más grandes de toda África y la turbulencia de su corriente hacen del cruce del río Mara uno de los momentos más peligrosos para el gran ejercito viajero de ñus y cebras. Los colegas africanos te hablan de la estupidez de los ñus que se precipitan en una inconsciente estampida hacia las aguas mortales, una vez las cebras se deciden a pasar. Sin embargo, estos antílopes han evolucionado desarrollando la llamada inteligencia de enjambre, que es la que les permite interactuar entre ellos para formar un ente propio, la manada, que persigue un bien común.

Ese pensamiento de enjambre es quizá el que los hace dependientes de la capacidad de prospección de las cebras. Es maravilloso verlas cruzar el río pensando en lo que hacen, sin lanzarse locamente. Deciden el punto de paso y lo hace con calma, observando el comportamiento de los cocodrilos. Estos, como decíamos, se dirigen con decisión hacia la manada que se ha metido en el agua hasta la barriga. Las cebras se permiten el lujo de beber, incluso, mientras se juegan la vida en mitad del río. Cuando los cocodrilos están ya tan cerca que pueden lanzar el ataque sobre alguna de ellas, éstas regatean, se apartan, incluso vuelven atrás y cambian el punto por el que vadear la corriente. Los gigantescos reptiles son rápidos nadando, pero pesados a la hora de maniobrar y les cuesta mucho cambiar su trayectoria. Intentando girar y perseguir a los agiles caballitos rayados recuerdan más a un viejo carguero en puerto que a una lancha motora.

Las manadas se apacientan en la orilla del Mara hasta que el instinto les dicta el momento de enfrentarse al río.

Los animales que no superan el cruce incorporan una enorme cantidad de energía, vital para el ecosistema. Depredadores y carroñeros se concentran para aprovecharla.

Una vez alcanzada la orilla, el peligro no ha acabado para las cebras. El miedo contenido se libera y comienza una dramática escalada. Desde allí, nos llega el sonido de los cascos golpeando las rocas lisas y mojadas, a las que los animales se aferran con afán de supervivencia, junto con sus ladridos guturales. Algunas resbalan y llegan a descender varios metros talud abajo, a punto de precipitarse en el agua en un punto en el que sería muy difícil salir de ella. Los que no lo consiguen y no acaban entre las fauces de los cocodrilos, pasan a engrosar el millón de kilos de carne disponible para los carroñeros que los investigadores calculan que la migración deja al año, vitales para los ríos del ecosistema Serengueti.

Os dejamos un video con toda la secuencia narrada

Cuando las últimas cebras alcanzan la orilla opuesta, pienso en miles de generaciones de sapiens que observaron con fascinación las migraciones de ungulados, cuando nos iba la supervivencia en ello. El conocimiento de los movimientos de los renos o los caballos prehistóricos nos permitió alimentarnos durante milenios y, como hacemos ahora con nuestras cámaras, los humanos los representaron en el arte rupestre, mostrando con esplendor toda la importancia que tenían para ellos. Y como en los tiempos actuales, también los humanos de los últimos milenios del Paleolítico tuvieron que afrontar un calentamiento global que modificó el comportamiento de la gran fauna migradora, aunque, en su caso, para aquellas gentes los cambios fueron tan progresivos que su adaptación no debió de resultar traumática, sino con el pulso de las generaciones. Nosotros tenemos la inquietante sensación de vivir el calentamiento en directo.

Consideraciones apocalípticas aparte, la evolución cultural que hemos desarrollado durante los siglos posteriores, nos hace ver aquí, en el río Mara, la representación más cruda, trágica y hermosa de la Vida y de la Muerte. 

Durante todo el año salimos a buscar la Gran Migración, os dejo la información en este enlace por si queréis acompañarnos.

Texto y fotos José Carlos de la Fuente Fernández

Comentarios

  1. Memorable descripción de un momento único en la sabana, querido amigo. Los que hemos tenido la suerte de verlo, no se nos olvidará jamás..., no te vendas tan caro¡

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  2. ¡Muchas gracias! Como decía el sabio, viajar a las sabanas de Africa oriental es hacerlo a lomos de tus sueños infantiles. Aunque me alegro de poder trasmitir más o menos las sensaciones de estar frente al mayor espectáculo natural del planeta, como bien dices, hay que vivirlo.

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