NORUEGA: DEJÓ DE SONAR EL TAMBOR DEL SAMI


Me siento en el salón del Hotel The View, en las montañas circundantes a Honningsvåg dejando vagar la mirada por la bahía plagada de montañas que caen a plomo al mar. Hoy ha sido un día especial, hemos recorrido con nuestros viajeros el Nord Kapp, el Cabo Norte. Un enclave noruego un poco fake porque no es la zona más al norte del país, pero sí la mejor zona para montar una suerte de parque de atracciones sobre los confines del mundo que ha llamado la atención a infinidad de viajeros, ilustres y no tan ilustres, que han tenido, como nosotros, la suerte de visitar estos parajes increíbles de la mano de Ecowildlife.

Allí, en medio de la nada más absoluta, en el reino de la nieve y los temporales y donde lo normal es oír aullar el viento mientras una ventisca te quiere tirar al suelo y revolcarte de mil maneras, allí, digo, en un día radiante y precioso, he visto un monolito con una escultura singular que recoge todos los enclaves Sami de Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia.


Los Sami, los hijos de Sapmi, un vasto territorio con parte en cada uno de estos países escandinavos y que me han maravillado desde que mi amigo Pepe, me pasó el libro Robo de Anne-HélenLaestadius. Un pueblo, como todos los indígenas de este planeta, que ha sufrido lo suyo por ese maldito afán de imponer las formas de vida y del que tanto saben todos los pueblos antiguos de este mundo: desde los iroquouis, hasta los guanches, pasando por aztecas o los himba de Namibia.

En nombre de la religión, las creencias o cualquier otra excusa con la que disfrazar de derecho la simple expoliación, nos hemos dedicado durante siglos en cuerpo y alma a quitarle por la fuerza a los indígenas lo que les correspondía. Y esto también lo han vivido los Samis. La negación de un cultura animista ancestral derivó en la prohibición de ser nómadas en esta noruega tan adelantada y tan, pero tan…hipócrita. Por cierto, no crean que fue hace siglos, les hablo de principios del siglo pasado.


Gentes que vivían con sus renos a donde éstos, por naturaleza les llevaban en busca de buenos pastos para incrementar el número de ejemplares de la manada. Desde las planicies centrales de Escandinavia hasta las costas noruegas, y así siglo tras siglo. Hasta que una púber noruega, apenas constituida como nación independiente, decidió que ya no más; que ser nómada no iba con ellos en estos tiempos modernos donde la riqueza en forma de petróleo y gas iba a dar otro sentido a la vida en estas tierras inhóspitas.

Parece que les molestaran los Samis, con sus ropas alegres y coloreadas, con su bandera que recoge simplemente, la tierra y su relación con ella: el rojo con el fuego, el azul con el agua, el amarillo con el aire y el verde con la tierra como nos explicaba orgullosa Inga Sami en tierras de Sortland. Mientras el círculo se reconoce el sol y la luna. También ese círculo bicolor puede ser interpretado como el tambor de los chamanes samis, aunque esto a los luteranos no les guste porque sabe que la deben de cuando exterminaron a los Noaidi, los chamanes que pagaron con su vida el puesto de liderazgo que ejercían en las comunidades indígenas.

Sus tambores fueron destruidos y no sonaron más porque a la sociedad timorata y temerosa de una entelequia como es la religión, una vez más, le fastidiaba no poder someter a un pueblo libre y orgulloso.

Ya ven la historia se repite donde quiera que miremos, donde quiera que hubiera un símbolo de libertad, ahí estaban las creencias para tirarlo todo por tierra. ¿O es acaso mejor un Dios (llámese Mahoma, Yhavé o lo que sea), que venerar un paisaje, una cascada o la nieve?

Tristemente, lo cierto es que los tambores sami ya no suenan en estos parajes de belleza imposible y rotunda.

Os dejamos un video de la última expedición a tierras Sapmi.





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