BECQUER (IV). BUSCANDO LA MAGIA DEL MONCAYO

Cuando el Moncayo se cubre de nieve, los lobos, arrojados de sus guaridas, bajan en rebaños por su falda, y más de una vez los hemos oído aullar en horroroso concierto, no sólo en los alrededores de la fuente, sino en las mismas calles del lugar; pero no son los lobos los huéspedes más terribles del Moncayo: en sus profundas simas, en sus cumbres solitarias y ásperas, en su hueco seno, viven unos espíritus diabólicos que durante la noche bajan por sus vertientes como un enjambre, y pueblan el vacío, y hormiguean en la llanura, y saltan de roca en roca, juegan entre las aguas o se mecen en las desnudas ramas de los árboles. Ellos son los que aúllan en las grietas de las peñas; ellos los que forman y empujan esas inmensas bolas de nieve que bajan rodando desde los altos picos y arrollan y aplastan cuanto encuentran a su paso; ellos los que llaman con el granizo a nuestros cristales en las noches de lluvia y corren como llamas azules y ligeras sobre el haz de los pantanos. Entre estos espíritus que, arrojados de las llanuras por las bendiciones y los exorcismos de la Iglesia, han ido a refugiarse a las crestas inaccesibles de las montañas, los hay de diferente naturaleza y que al parecer a nuestros ojos se revisten de formas variadas.

LEYENDA DEL GNOMO
BECQUER

Baja el cierzo que se clava como cuchillos en el alma, atraviesa forros y gorros y te deja congelada el ánima. Pero se ha de subir, el Moncayo con su voz misteriosa nos reclama. Desde Alcalá de Moncayo ascendemos a su castillo que se desgaja por el barrio de La Ladera, pueblo retuerto y viejo, de viejos, sobre un peña coronado. En el cielo vuelan buitres cuando alcanzamos Añon. Pueblo fortificado perteneciente a la Orden de San Juan de Jerusalén, de callejas siempre hacia arriba, retorcidas y estrechas. Al final del pueblo empieza el hayedo, amarillo otoñal que nos regala una foto, siempre con el Moncayo vigilante.


Agramonte es la entrada al Parque Natural del Moncayo y desde ahí, el camino se empina. No buscamos hoy llegar a la cumbre, el cercano invierno, la blanca nieve y un cierzo violento no lo aconsejan. Hoy buscamos los seres que nos contó Becquer, seres transformados que jugaban con las personas y las enloquecían. Nos adentramos en el Hayedo de Peña Roja en la ladera Norte del Moncayo.

Atravesamos en un largo pinar, pinos altos y esbeltos, enrojecidos del frio de la cumbre, en sus pies se retuercen los restos del temporal y en sus copas se escucha el ulular de los búhos que regresan de la noche oscura. No vemos las escobas de las brujas, solo viento y ramas retorcidas. Mi perro aúlla presintiendo el encuentro. Llegamos a la fuente que da nombre al lugar y ente los charcos, vemos huellas de pezuñas, ha habido akelarre este noche, huellas profundas en el barro, el animal oliendo la fiesta, da saltos, brinca, como enloquecido; mi perro presiente que esta mañana no es una mañana cualquiera. Seguimos subiendo la ladera y nos metemos en el hayedo, que sangrante en el suelo por el viento, gime.


Los troncos, verdes de la humedad, cansados y acostados por el viento; el agua corre libremente, sólo los pequeños reyezuelos se atreven a trinar. Busco a mi alrededor la hoguera que no encuentro. Una vieja haya, enorme, tortuosa aún con vida, vencida por el empuje de los elementos se ha cruzado en el camino. Descansamos. En el descanso les oigo, no es aquel trino de un carbonero, no, es el ruido de las voces de los gnomos. Ahora sí. Por encima del bravo viento se escuchan sus cuitas. Traen sonidos de otros tiempos. Caminamos más deprisa para comenzar la bajada. El verde de los musgos ahora es presente en todos los rincones de la sierra. Pisamos sobre el fondo del hayedo, hojas y hojas muertas que presagian invierno frío. Nos persiguen las voces de los gnomos. Miro al cielo y descubro, entre las copas, los brazos de los elfos. Corro abajo y corriendo, voy descubriendo el sueño, son las copas, son las ramas  las que gimen, las que lloran. Voces finas de sopranos endiabladas en las hayas. De sus ramas blancas y finas brota el sonido que me hiela más que el cierzo, de las copas de los pinos que el viento arremolina, surgen broncos aullidos que transportan hacia el valle los grandes lobos de la sierra. Mi perro aulla de nuevo confundido por el cierzo.

El hayedo esta a mi espalda, el Moncayo le protege, con el libro de poemas entre las manos, he vivido la tortuosas noches de Becquer en su celda. Solo, abandonado y triste escuchaba los ruidos de la noche y en su mente transformaba en rimas sus pesares. El poeta que descansa sobre la Peña de Trasmoz, nos descubrió El Parque Natural del Moncayo y nos regalö, en el silencio de su celda, un viaje apasionante por las llanuras de estas tierras entre Zaragoza y Soria.

Comentarios

  1. Para comer, te recomiendo el Mesón Restaurante La Corza Blanca. Ctra. De Veruela, 4 . Vera de Moncayo (Zaragoza). Está enfrente del monasterio de Veruela.
    La Corza Blanca es el primer Restaurante de la Biosfera de la Península Ibérica, una acreditación auspiciada por la UNESCO y certificada por el Instituto de Turismo Responsable que distingue aquellos establecimientos a nivel mundial que cumplen estrictos requisitos de comportamiento medioambiental y cultural, como la utilización de productos autóctonos, el cuidado por la arquitectura y la estética tradicional, prácticas de separación de residuos, compra a proveedores locales, etc.

    Esta certificación encaja perfectamente con el espíritu de La Corza Blanca, que se ha convertido en el escaparate de una amplia gama de productos que la gran despensa del Moncayo brinda, entre los que destacan el cabrito moncaíno y el lechal de oveja churra tensina, dos razas autóctonas aragonesas procedentes de la ganadería ecológica del Grupo Adocrin, gerentes de este restaurante. Otros productos protagonistas en los comedores de La Corza Blanca, todo ellos criados en el Moncayo, son los vinos procedentes del Imperio de la Garnacha de la Denominación de Origen Campo de Borja, las hortalizas, las verduras, las judías pochas, las patatas, la miel, los frutos secos, las setas-

    En la Corza Blanca, los comensales degustan el Moncayo en su paladar, que se concreta en sabores como el del cabrito moncaíno, cabritos lechales que han tomado en exclusiva leche materna y atesoran todos los sabores de los pastos que sus madres comen de forma ecológica. Es exquisito en sus múltiples variedades (frito con ajos, asado, en guiso-), como su compañero, el cordero lechal de oveja churra tensina, que tiene el sabor de ese lechal de siempre, sano, limpio, auténtico, también sólo alimentado de leche materna.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. que pasa que te dan comision? pues si que le haces buena publicidad, jajaja si ya le conozco navarro

      Eliminar
  2. Para una vez que no te incordio, ¿sólo sabes decir eso? ¿Es que echas en falta que no te de caña? jajajajajaja

    ResponderEliminar
  3. أن لديك جيدا، الأعمال التجارية القيام به جيدة وكنت لا تضع كثير

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares