SIGUIENDO LAS HUELLAS DE ALEXANDER VON HUMBOLDT EN ESPAÑA (II). LANZAROTE
Después de haber presentado en el anterior post la escapadasiguiendo los pasos de Alexander von Humboldt en su primer viaje de exploración
(1799-1804), hoy describimos como Humboldt recaló en las Islas Canarias. La primera tierra que pisó fue la
isla de La Graciosa. A él se deben
las primeras referencias científicas sobre dicha isla y sobre el archipiélago
Chinijo en general. El archipiélago Chinijo son un conjunto de pequeñas islas
que se besan en el mar junto a la isla madre: Lanzarote
…/… En el seno de este archipiélago, raramente atravesado
por los bajeles con rumbo a Tenerife, nos sorprendió la configuración de las
costas. Nos creíamos transportados a los montes euganeanos en el Vicentino, o a
las riberas del Rin cerca de Bonn. La forma de los seres vivos varía según los
climas, y esta variedad extrema es la que da tanto atractivo al estudio de la
geografía de las plantas y los animales, pero las rocas, acaso más antiguas que
las causas que produjeron la diferencia de los climas en el planeta, son
iguales en ambos hemisferios.
…/… Los vientos nos obligaron a pasar entre los islotes de
Alegranza y Montaña Clara. Como nadie a bordo de la corbeta había navegado por
este pasaje fue preciso echar el escandallo.
…/… Aprovechamos el bote para reconocer la tierra que se
extendía tras una ancha bahía. Es indefinible la emoción que un naturalista
experimenta cuando por primera vez llega a un suelo no europeo.
…/… Habiéndonos reembarcado al ponerse el sol, nos hicimos a
la mar con una brisa demasiado floja como para continuar nuestra ruta a
Tenerife. El mar estaba tranquilo y un vapor rojizo cubría el horizonte que
parecía agrandar los objetos. En esa soledad, en medio de tantos islotes
inhabitados, gozamos por largo tiempo del aspecto de una naturaleza imponente y
salvaje. Las montañas negras de La Graciosa presentaban paredones escarpados de
cinco a seiscientos pies de altura. Sus sombras, proyectadas sobre la
superficie del océano, daban un carácter lúgubre al paisaje. Del seno de las
aguas emergían rocas de basalto parecidas a las ruinas de un gigantesco
edificio. Su existencia nos recordaba aquella época remota en que los volcanes
submarinos dieron origen a nuevas islas o desgarraron los continentes. Todo
cuanto nos rodeaba de cerca parecía anunciar la destrucción y la esterilidad,
pero en el fondo de ese cuadro, las costas de Lanzarote nos ofrecían un aspecto
más risueño. En un estrecho desfiladero, entre dos colinas coronadas por grupos
esparcidos de árboles, se alargaba un pequeño terreno cultivado. Los últimos
rayos del sol iluminaban trigales prestos a ser cosechados. El desierto mismo
se anima desde que en él se reconocen huellas de la mano laboriosa del hombre.
Solo algunas líneas de aquel libro para recoger las sensaciones
que el gran naturalista experimento en este archipiélago, patrimonio de la
humanidad, reserva de la biosfera y Parque Nacional y nos muy distinto del que
yo sentí ahora hace 20 años cuando puse por primera vez el pie en la isla. Gente
huraña ante lo desconocido pero amable ante el amigo, isla hoy desbordada por
el turismo y maltratada por la insularidad, conserva en sus fondos la vida que Humboldt
no pudo ver y en sus escasos árboles la dureza del clima que la azota con las
olas de calor africano solo soportable por los húmedos vientos que llegan del
Atlántico y la cimbrean a menudo.
…/… Perdimos de vista los islotes de Alegranza, Montaña
Clara y La Graciosa, que parecen no haber sido nunca habitados por los
guanches. Hoy no se los frecuenta sino para recoger allí orchilla, producto
que, sin embargo, es menos solicitado desde que tantas otras plantas liquenosas
del norte de Europa ofrecieran sustancias adecuadas para los tintes. Montaña
Clara es célebre por los hermosos canarios que se encuentran en ella. El canto
de estos pájaros varía según el lugar, así como el de nuestros pinzones, que a
menudo no es igual en dos cantones vecinos. Montaña Clara también tiene cabras,
lo que prueba que el interior de este islote es menos árido que las costas que
observamos. El nombre de Alegranza se ha construido por el de La Joyeuse,
que dieron los primeros conquistadores de las Canarias, dos barones normandos,
Jean de Béthencourt y Gadifer de la Salle
De las soledades volcánicas aprendemos cada día de una isla
en permanente agitación, las cabras siguen estando allá como los canarios y hoy
aquellos franceses son ingleses, alemanes y nórdicos que la toman muchos meses
huyendo de las frías tierras del norte para recogerse en estas calmadas
soledades. Humboldt no conoció a Cesar Manrique y no pudo descubrir como el
artista amo y construyó en estas soledades.
Todo esto formara parte de nuestra expedición con Ecowildlife Travel siguiendo los
pasos del naturalista alemán.
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