LA DIGUE, LA ISLA DE ENSUEÑO, ISLAS SEYCHELLES (IV)


Desde el embarcadero de PRASLIN, dos viejos ferries, pesados y tranquilos salen puntuales hacia La Digue, la isla de los sueños húmedos. Allí en el viejo paquebote nos juntamos los turistas ávidos de aventuras con los nativos que trapichean entre islas con sus mercaderías. Amalgama de naciones y colores, los más con sus mochilas y bolsas de playas se juntan con las mamas cargadas de compras, La Digue, apenas tiene tiendas, también comerciantes de telas, herramientas y cachivaches.



Muy cerca se ver otras islas que deseamos visitar Coco's , Cusine y Curiose.En el pequeño muelle de la isla se apilan mercaderías para la vuelta, pescadores cosiendo su redes y un rasta chiflado por tantos años de consumo de drogas que canta a voz en grito su locura. Una calle central con algunos comercios varios coches y taxis y muchas bicicletas. El Sol encaramado en lo alto que aprieta y como autobús un camión con la caja convertida en asientos. Eso es todo, La Digue nos recibe tan desnuda como estuvo por sus calles y sus playas, allá por los años ochenta le hermosa Enmanuelle, Silvia Kristel, que rodó aquí una de sus sensuales películas " Adios Enmanuelle". De aquella película me quedo grabado, no solo el hermoso cuerpo de la Kristell sino una de las escenas más eróticas de aquellos años, el momento en que la artista hace el amor con las olas de la playa. Son planos inolvidables. Hoy estoy en aquella misma playa. Anze D'Argent. La playa de plata.


Rocas dislocadas y lunáticas se disgregan por la arena blanca de la playa, las olas embaten sin miedo, las palmeras se caen sobre la arena cansadas del viento y ofreciendo su sombra, los niños corretean por la orilla, muchos cuerpos desnudos sobre la arena, los rastas fumando en las revueltas, la selva que quiere engullir el instante. Lo más espectacular que vi hasta el momento en el país. La Gran Anze también me dejará huella pero esta Anze D'Argent, les aseguro, no tiene nada que ver con la que salen en la película ni en los anuncios de Bacardí, es todavía más espectacular.


Dos niñas con trenzas juegan a correr las olas mientras nosotros descansamos en el chiringuito de la playa, la arena mojada entre los pies, la cerveza en la mano. Cristina y Gerard, nuestro amigos de La Digue, comienzan a rascar música sega de una guitarra, la tarde se va marchando, con los ojos nublados vemos las luces de las pequeñas barcas en la bahía, al cerrarlos Enmanuelle regresa con nosotros, el sopor de la tarde nos vence y nos dormimos pensando que hoy ha sido un gran día en la escapada, el paraíso señores, le juro que existe y está en las playas de la Digue.

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